Críticas. Young American Filmmakers, vol. 2. Aaron Katz: Dance Party USA y Quiet City
Ya lo decíamos la última vez. Que fuera como fuese, si por algo se caracterizaba el mumblecore, más que por unas señas identitarias y estilísticas basadas en unos códigos formales aparentemente descuidados -que también-, fue por la aparición un caldo de cultivo creativo en el que se conjugaron una serie de nombres concretos con objetivos muy definidos. Mentes inquietas en creadores insultantemente jóvenes y exultantemente frescos. Por lo menos en los primeros meses de vida y en los balbuceos iniciales del fenómeno. Os hablábamos de ello, y citábamos entre las mentes pensantes a Lynn Shelton, a los Duplass, a Joe Swanberg, a Andrew Bujalski y entre los satélites orbitantes a Greta Gerwig, Steve Zissis y demás. Bien, Aaron Katz pertenecería al primer grupo. Él fue parte de la génesis de todo aquello e integrante activo durante, por lo menos, tres películas facturadas a lo largo del segundo lustro de los dosmiles. Con ellas, Katz se ganó un nombre entre la parroquia indie y pronto se erigió como uno de los pilares del nuevo cine joven de raigambre independiente clásica y modos digitales.
Y de hecho, su película debut, aún a medio paso de integrarse en el hipotético colectivo mumble, no deja de ser rara avis en ese universo conceptual. Nos referimos a Dance Party USA, primera de las dos propuestas que integran el pack que nos traemos entre manos, segundo volumen de la más que interesante colección Young American Filmmakers que editan Cine Binario y Cameo.
Corría el año 2006 y Aaron Katz saltaba al largo con una película que bebía de fuentes ligeramente distintas. Si en nuestro anterior análisis citábamos el inevitable peso de Linklater, la herencia moral de Cassavetes y los postulados de libertad de la nueva ola francesa, ahora toca incorporar a ese catálogo el cine americano de algunos francotiradores de últimos ochenta y primeros noventa. Por Dance Party USA se pasean el primer Kevin Smith (el de Clerks) y el Gus Van Sant más generacional; pero especialmente esto parece una versión relajada de Larry Clark. También más contemplativa y menos sangrante, porque la película está construida entorno a las habituales conversaciones sobre sexo, frustraciones, ilusiones y desnorteo generalizado, y articulada sobre el concepto de fiesta politóxica (concretamente la del cuatro de julio). Pero Katz trabaja su idea del relato de maduración (o no) sin renunciar a una cierta poética del silencio y la intimidad. De modo que puede permitirse oxigenar la verborrea -y, con ello, dimensionar su contenido- con momentos de profunda sinceridad.
Al final, queda un slice of life que no naufraga entre la estridencia de sus situaciones -apenas la hay, si la hubiera quedaría amortiguada por el suave naturalismo- y que logra parecer -ser- directa, lúcida y honesta trascendiendo sus desinteresadas limitaciones formales a golpe de espontaneidad. De nuevo, un relato de la postadolescencia incomunicada, perdida en su propia marea de expectativas y desintereses que logra parecer, y mantenerse con el tiempo, totalmente fresco.
Algo parecido a lo que le ocurre a Quiet City, segunda película de Katz en la que, sin embargo, el director ya desplaza el foco de atención y se centra, como sus compañeros de generación, en la juventud que ronda la veintena y que se plantea qué ocurrirá cuando pronto la supere. En esta ocasión, el realizador se fija en una relación espontánea surgida entre dos desconocidos en mitad de la noche, en medio de la ciudad, lo que le reportó a Katz no pocas comparaciones con el emblemático díptico linklateriano Antes del amanecer / Antes del anochecer.
Y no es gratuita la comparación, por supuesto; pero de todos modos, Katz logra escapar de nuevo con su arma más preciada. Ese naturalismo del que hablábamos, basado en la aparente improvisación y en la elasticidad del formato digital. Y de nuevo, Katz pone de manifiesto su aliento contemplativo y poético: aquí se acentúan los planos urbanos de una ciudad perezosa que testimonia las relaciones entre los personajes. La historia toma tintes más atmosféricos y sutiles sin renunciar a los pasajes de verbalización directa y explicación pura. De modo que Quiet City poco a poco va haciendo honor a su título y convierte la propia ciudad, como reza el tópico, en un personaje más. En protagonista indirecta de este nuevo dechado de sensibilidad de casiotone y cama revuelta, de este drama tragicómico con espíritu ambient que debería trascender encorsetamientos estilísticos gracias a su insospechada clase visual y su profunda sensibilidad temática. ¿Preciosista? Pues sí, a ratos. Pero hay que saber serlo y Katz, su obra lo demuestra, tiene los tonos y las texturas perfectamente asimilados y controlados.
Por lo que respecta a la edición de Cine Binario y Cameo, ofrece un par de ountos de interés, tanto en la edición física como en su repertorio de extras. En lo primero, se nos ofrece un pequeño libreto parecido al anterior que incluye un simpático esquema que pone de manifiesto las relaciones entre creadores y recorrido crítico de la obra, más una entrevista notablemente esclarecedora al propio Katz. En cuanto a los extras, el disco correspondiente a Quiet City contiene Keegan DeWitt y la música de Quiet City, una breve mirada en forma de micro making of al trabajo del músico y colaborador habitual del director y a su enfoque para la banda sonora de la película. Y también Joe Swanberg’s Quiet City, una especie de versión en miniatura de la película rodada por el director de Hannah Takes the Stairs a partir del primer borrador inacabado de del guión. Un video muy doméstico (rodado con la opción de video una cámara de fotos) que, a la postre, generó una jugosa anécdota entre Swanberg y Katz.
Todo ello, más los correspondientes trailers y filmografías deberían poner a salivar de inmediato al degustador del cine americano más indie y a los rastreadores de tendencias que marcaron, a su pequeña y modesta manera, los modos cinematográficos de una época. En otras palabras, junto al anterior Young American Filmmakers, un absoluto e inapelable must en el mundo de la edición doméstica.
Y también un miniacontecimiento casero que hemos convertido en doble especial y que rematamos con un pequeño extra por nuestra parte que debería dar un poco más la dimensión de lo que se dio a llamar mumblecore. He aquí una lista algo subjetiva de lo mejor y más significativo que dio el movimiento durante esos breves años. Una pequeña guía, modesta y poco justificada, de lo que nosotros creemos los diez títulos imprescindibles del mumblecore, empezando por la seminal Funny Ha Ha y llegando hasta una Humpday que confirmaba el talento de una Lynn Shelton que sigue facturando estupendos productos de corte indie: buen ejemplo es su reciente y fabulosa El amigo de mi hermana.
Como sea, allá va la lista.