Críticas de El Padrastro y El Padrastro 2

Aprovechamos el inminente estreno de “El padrastro” para recuperar las dos primeras entregas (de un total de tres) de la saga original, iniciada en 1987 y con un Terry O’Quinn en estado de gracia, tan perturbador y casi tan calvo como siempre, aun estando a veinte años de ser re-descubierto en su papel más glorioso, el mítico John Locke de La Serie. Si pasamos olímpicamente de la tercera entrega, estrenada directamente en formato doméstico en el año 1992, es porque el actor protagonista -principal reclamo de la saga, a día de hoy- cedió su lugar al desconocido Robert Wightman, de quien lo mejor que se puede decir es que aparece como secundario en la inolvidable “Vivir rodando” de Tom DiCillo.

Una introducción totalmente muda -de seis minutos- no tarda en desvelar quién es el malo malísimo de “The Stepfather”: en el cuarto de baño, O’Quinn se arranca peluca y barba postizas, se asea y elimina todo rastro de sangre en su cuerpo (sangre ajena, por su puesto) para luego salir de una casa en cuyo salón de estar podemos ver los cadáveres de sus víctimas, una madre y su hijo con toda la pinta de haber sufrido lo indecible antes de morir. Adiós a las esperanzas de quien esperaba encontrarse con un thriller de averigua quién es el asesino, adiós a toda la intriga que podía quedar si no se hacía demasiado caso del póster de la película. No, “El padrastro” se desentiende totalmente de tales esquemas para indagar en un revoltijo anacrónico de cánones mucho más interesantes. Se acerca, de hecho, a los slasher más propios del momento (recordemos que estamos en plena ebullición de las sagas de Freddy, Jason, Myers y compañía), donde se sabe de antemano todo sobre el enemigo y verdadero protagonista, al tiempo que busca influencias mucho más clásicas, explorando en la temática del enemigo en casa. De ambas vías es de donde tanto Joseph Ruben (director) como Donald E. Westlake (guionista) o el propio Terry O’Quinn extraen la aprensión que jamás abandona al espectador, a quien colocan contemporáneamente del lado del asesino y de sus próximos objetivos, una madre divorciada y su díscola hija adolescente (que acogen a tan encantador hombre solitario en sus vidas, pese al recelo de la segunda).

No por nada este padrastro posee una personalidad tan fuerte y característica, se descubre como un padrazo de los pies a la cabeza y se antoja un buen hombre obsesionado con la necesidad de encontrar su idílico, feliz, puro y cristiano lugar en el mundo al lado de una familia igualmente idílica, feliz, pura y cristiana: de este modo, el espectador no puede sino acabar simpatizando con él, olvidando la apertura del film e incluso alegrándose al ver que la cosa parece que funciona y que se aproxima a la realización de su sueño. Pero nada más lejos. Por más que la película se haya ido convirtiendo paulatinamente en una comedia romántica, hay algo que nunca acaba de cuajar. La tensión no desaparece jamás, la posibilidad de despertar a la bestia sigue latente, enterrada bajo apenas un par de finas capas que no evitan ciertos zarpazos de locura enferma para recordar que, amigos, esto sigue siendo una película de terror puro, a la que si acaso pueden añadirse mensajes irónicos dotados de ese humor negro tan bienvenido en la serie B con vocación (voluntaria o no) de parodia.
Cierto es que por el camino el ritmo se detiene más de una vez y que esa tensión sostenida se acrecienta a una velocidad en ocasiones excesivamente pausada. Pero el padrastro de marras es un ser tan terrorífico como el Jason más brutal, tan enfermizo como Freddy Krueger, y para demostrarlo, sus (escasos) conatos de violencia se resuelven con generosas dosis de sangre y, sobre todo, una ferocidad física y espontánea muy cercana a lo animal. Y lo peor es que nosotros casi queremos que se salga con la suya.
Obviamente, nada de ello hubiera sido posible sin contar con la labor del todopoderoso Locke, que tiene en este padrastro el segundo mejor personaje de su carrera al que dota de unas aptitudes únicas que lo hacen tan creíble en su desquicio como simpático en su grotesco secreto; elementos más que suficientes para convertirlo en un auténtico clásico del cine de terror de los 80. Tanto como una película que si bien puede pasar como meramente correcta, cuenta con la gran virtud de no tomarse demasiado en serio a sí misma, ingrediente indispensable para el triunfo de una serie B con tufillo a caspa.

 

Precisamente son esos dos elementos, personaje inolvidable y falta de seriedad, los que entiende Jeff Burr como clave de “El padrastro” y, por tanto, principales abanderados de la secuela que dirige en 1989 bajo el título de “Stepfather II. Make Room for Daddy” y con, por supuesto, Terry O’Quinn repitiendo en el papel principal.

Todo empieza tras un breve lapso de tiempo entre el supuesto final del malévolo padrastro (¿alguien dudaba de su supervivencia?) y su recuperación física. Ahora, curado de sus heridas, se encuentra en un instituto mental, despojado de pelucas y mostachos postizos, y acudiendo religiosamente a sus reuniones con el psiquiatra del centro. Su mejora mental parece avanzar a pasos de gigante, tanto que el propio doctor cree ciegamente en su total recuperación (al entender las inquietudes que lo llevaron a tan inhumanos actos en el pasado), hasta el punto de otorgarle cada vez más libertad de movimientos en sus mítines. Aunque no resulte difícil adivinarlo, no revelaremos el modo en que O’Quinn acaba de nuevo en las calles para dar comienzo a una trama lo suficientemente similar a la anterior entrega como para recordar a la estrategia de Sam Raimi y sus muertos terroríficos, pues igual que la genial continuación de «Posesión infernal», «El padrastro 2» parece más bien un remake con más medios. Y más humor, por supuesto.
Esta vez podemos decirlo sin vergüenza alguna: lo único que nos interesa es la figura del psicópata y ya no nos preocupamos por sus posibles víctimas (más allá del desasosiego provocado por los ojos grises de su nueva presa, Meg Foster). Consciente de ello, el guionista John Auerbach dota al personaje de un nueva nueva vuelta de tuerca, extremando su bipolar personalidad para nuestro disfrute, pues ello conlleva una mejora de esa condición de punzante ironía sobre el sueño americano (o puro y duro humor negro). En este sentido, los momentos padre-hijo con la bola de baseball, el desayuno con Rice Crispies o sus reuniones con las vecinas del vecindario otorgan altas dosis de hilaridad sólo comparables a sus brutales ataques esporádicos.
A la fiesta no podía faltar Burr, director con más bien poco de lo que fardar en su carrera pero que entiende a la perfección exigencias y necesidades de su trabajo. Por ello, se esfuerza por obtener un estilo marcadamente retro a todos los niveles, con un look pasado de moda antes incluso de llegar a estrenarse, y las inocencias correspondientes al cine comercial de la época. Del mismo modo, no duda en ofrecer desternillantes montajes para realzar el alma cómica de todo su conjunto, con momentos hilarantes como la escena de la conducción en el cementerio de coches, o esa figurilla de cerámica cayendo al suelo a cámara lenta en sus compases finales.
Una vez más, el actor protagonista vuelve a demostrar su excelencia en el film donde goza de mayor libertad para el histrionismo (casi parece que lo dejan campar a sus anchas).
Si uno se para a pensar demasiado en ella, lo más seguro es que encuentre más huecos en el guión que en un queso gruyer, y es que no deja de ser un total sinsentido a fin de cuentas. Pero lo cierto es que, pese a su condición de secuela, «El padrastro II» acaba colocándose por encima de su original al suponer una experiencia mucho más festiva y compacta que la algo dispersa primera parte.

 

Desde luego, uno no puede quedarse con tan sólo una de ellas, pero eso es algo que se descubre nada más acabar el primer visionado, que es cuando se olvidan defectos y ensalzan cualidades de un díptico convertido en clásico de culto que ningún aficionado al terror ochentero debería perderse.
En unas semanas, el estreno del nuevo «El padrastro» confirmará si sus creadores han entendido la esencia del original o si, por el contrario, se han ajustado a los cánones actuales: terror teen falsamente respetuoso y aparentemente serio para usar y tirar, con la sola meta de vender unos cuantos cubos de palomitas de más. Esperemos que no.
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En diciembre de 2006 me dio por arrancar mi vida online por vía de un blog: lacasadeloshorrores. Empezó como blog de cine de terror, pero poco a poco se fue abriendo a otros géneros, formatos y autores. Más de una década después, por aquí seguimos, porque al final, ver películas y series es lo que mejor sé hacer (jeh) y me gusta hablar de ello. Como normalmente se tiende a hablar más de fútbol o de prensa rosa, necesito mantener en activo esta web para seguir dando rienda suelta a mis opiniones. Esperando recibir feedback, claro. Una película: Jurassic Park Una serie: Perdidos

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Comentarios

  1. Muy bien. Ya estabas tardando en revisar estos dos peliculones, sobre todo teniendo en cuenta que hay mucha gente que todavía no los ha visto (cosa que he podido comprobar de primera mano). Espero que esto sirva para que se acerquen a ellas.

    Hay una cosa, sin embargo, que se me hace interesante de "El padrastro 2" y que en cierto modo sí representa una innovación con respecto a la primera, y es el momento que escoge la secuela para enmarcar la narración: en la primera ya el personaje de Terry O'Quinn ha cumplido su objetivo, ya tiene a su familia, ya tiene lo que podríamos considerar su felicidad, y como espectadores vemos su plan desmoronarse y presenciamos el momento en que lo pierde todo. En la segunda es al revés: el personaje comienza desde cero y vemos como poco a poco se forja una identidad y alcanza un objetivo. De manera que las dos películas, por muy parecidas que sean, se complementan y forman un retrato fidedigno del personaje.

    La que sí creo que es más bien una comedia es la tercera. No sé si la has visto ya, pero los cambios van incluso más allá de tener otro actor: el tono es otro, y la película es mucho más exagerada, aunque también menos atractiva.

    Todavía no he visto el remake (lo tengo pendiente esta semana porque aquí ya está en cartelera) pero por lo que he visto va por otro lado, con un mayor énfasis en el joven víctima (que ahora es masculino y luce palmito para el sector femenino de la platea, por lo que veo) y menos en el asesino.

    Saludos!

  2. Hombre Lobo, es que no es demasiado conocida ni ha tenido la suerte de otros clásicos de los 80 por aquí. De hecho, creo que no están ni editadas en dvd por estos lares. Pero sí son una opción más que válida, especialmente para quien consume cantidades ingentes de género. Ahora bien, la tercera no la he visto, no. Normalmente se me he hacen muy pesadas las secuelas (de Pesadilla en Elm Street he visto 2 o 3, de Viernes 13 unas 4, de Halloween sólo la 1 y parte de la 2…), y si no sale O'Quinn… difícil lo veo. Aunque si al final acabo dándole una oportunidad te haré saber!

    Sobre lo que comentas de la 2 en relación a la 1, bueno, quizás tengas razón, pero en el fondo no es más que otorgar más tiempo para el desarrollo a uno u otro punto del mismo guión… que de hecho es lo que pasaba con Raimi y sus Evil Dead, y que, ojo, no encuentro nada mal ya que ese es el espíritu de muchas secuelas! Yo creo que lo que hace la 2 más bien es jugar con el background que ya tenemos del personaje. Si se empeña en caracterizarlo más, o re-forjarlo o como quiera decirse, es por la tendencia a la mitificación y al recuerdo de lo positivo en detrimento de lo negativo. Vamos, que la gente al cabo de un tiempo recuerda de El Padrastro 1 un tipo muy loco y enfermo, como ve luego en la segunda parte, aunque en realidad no es para tanto…

    Ais, no sé si me he explicado bien, tendrás que perdonarme: entre las 1927 horas de estudio que me he tirado antes y la insuficienísima siesta que me ha dejado más grogui que otra cosa…

    Saludos y gracias por pasar por aquí!

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