Jarmusch x2: Críticas de Bajo el peso de la ley y Noche en la Tierra
Entre Bajo el peso de la ley y Noche en la Tierra hay cinco años, apenas un largometraje (y vaya largometraje: Mystery Train) y algún que otro proyecto más en clave de cortometraje o similar. Es decir, poco o nada, en comparación a una carrera de más de treinta años y con once largometrajes de ficción, amén de otra decena de producciones alternativas. Sin embargo, una y otra son quizá los principales exponentes de las dos etapas de Jim Jarmusch. Claro, una marca (casi) el final de la primera, y la otra el principio de la segunda… pero más allá de semejante obviedad, la que llevara a cabo en 1986 está más o menos considerada como el punto más álgido del Jarmusch I, amén de la mejor película de su filmografía según varios de los que afirman lo anterior; y la de 1991 establece con una claridad cristalina las pautas que seguiría su filmografía de ahí en adelante, un Jarmusch II quizá más abierto a la masificación, pero sin perder por un momento de vista sus temas, estilos, y acompañantes habituales. De hecho, aunque alguna de las diferencias entre ambas producciones incluso salten a la vista (a no ser que sea uno daltónico) no resulta nada difícil trazar una línea que las unas y las englobe en un universo consecuente. Loco, pero consecuente.
Porque a Jarmusch siempre ha parecido traérsela un poco al fresco todo lo que tuviera que ver con las modas o lo canónico (e incluso cuando parece lo contrario, va a su bola: ¿que toca hablar de vampiros? Marchando una rareza alojada de todo lugar común, atemporal, extraña e hipnótica) y de hecho, buena parte de su filmografía se enzarza en una subterránea pero intensa disputa por derrocar alguno de los leitmotiv del cine de más o menos siempre, pero muy en concreto de mediados de los 70 en adelante. Ese cine que busca restaurar la fe en los Benditos Estados Unidos de América, que habla del sueño americano y el gran héroe anónimo (o no) patriótico. Bien, marchando una de tres individuos (de orígenes a cuál más extravagante) que se ven obligados a compartir celda por un lado, y otra de taxistas nocturnos por otro, deambulando por los lugares más oscuros de sus respectivas ciudades. Taxis, noche, dejadez en el escenario… suena a cierto exmilitar que le pregunta a su reflejo si le está hablando a él, ¿verdad? Y es que en ese grupo de cineastas rompe-sueños (no por nada sus personajes son vividores de la noche, o directamente padecen de insomnio) se sitúa la figura de Jarmusch, si bien sus discursos se revistan de otra guisa: lejos de los malos rollos casi claustrofóbicos de Scorsese, el del pelo blanco hilvana sus películas desde sus muchas otras manías, siendo la que más llama la atención su gusto por los momentos vacíos, por el retrato de la nada, circa Cassavettes: conversaciones que se alargan tanto como los silencios que se alternan con ellas, impasses que reciben casi tanta importancia como la acción del film, y por lo general varias historias de otros tantos personajes, ora entrelazadas (Bajo el peso de la ley), ora independientes (Mystery Train, Noche en la Tierra).
Las dos películas que centran nuestro interés comparten lecturas, así como tempos y un muy concreto lenguaje cinematográfico, pues. Y mucho más: un empleo perfecto de espacios mínimos que adquieren una personalidad tan intensa como los protagonistas de carne y hueso (la cárcel de mil dimensiones, los coches de Winona Ryder o de Armin Mueller-Stahl), y que luego se ven compensados por grandes exteriores no menos cargados de significado (suntuosos, opresivos, brillantes, oscuros: la escena final de la primera en ese cruce de caminos, en comparación a las decadentes presentaciones de las ciudades-escenario de cada taxi-historia), y una sutileza encomiable por parte de un guion que en apariencia presenta todo como si de una comedia ligera se tratara, para luego descubrir pasajes no exentos de tristeza: desde la delineación de alguno de los miembros del trío de presidiarios a una ordenación de historias breves a simple vista entre simpáticas y despreocupadas, pero con un poso de tristeza que además se ve bordado con la última de ellas, de un dramatismo apabullante. Tristeza que se vincula al amargo despertar de ese sueño americano de mentira; a la pérdida del individuo; a la incomunicación. Todos ellos, temas a debate constante a lo largo de la filmografía de Jarmusch.
Un tipo, el del pelo blanco, obsesionado con partir de lo casi surrealista (lo mismo tira de vampiros como de samuráis, vaqueros o don juanes que se enfrentan a las consecuencias de sus actos pasados –motivados por la persecución del ideal de vida perfecta) para acabar retratando de manera casi puntillosa la realidad de verdad. La sucia, la fea, la que es a veces grotesca. La misma de la que Tom Waits es abanderado, con su voz rasgada y su semblante demoníaco, o que tan bien le queda a Roberto Benigni, entrañable por desdichado. Ambos, presentes de un modo u otro tanto en Bajo el peso de la ley como en Noche en la Tierra; más parecidos para dos películas que marcan dos etapas; que se presentan en blanco y negro una, en color otra; abanderadas del Jarmusch más hermético por una parte y del más accesible e internacional (literalmente: los taxis son de USA, pero también de París, Roma y Helsinki) por el otro lado; profunda y pequeñita una, aparentemente ligera y de reparto goloso otra. Pero que son hermanas hasta el punto de dejar al espectador con sensaciones prácticamente idénticas.
Y en el Blu-Ray…
Tan hermanas son, que Cameo las presenta a las dos en sendas ediciones en alta definición, acompañando a otro pack de películas imprescindibles de Jim Jarmusch en DVD (que incluye, además de las dos mentadas esta vez en definición rebajada, Permanent Vacation, Stranger than Paradise, Mistery train y Dead man). Ediciones sencillas, con nada más que un trailer y fichas técnica y artística, lo cual es una pena sin ir más lejos en relación a la pérdida del final alternativo de Bajo el peso de la ley. Con audios justitos (2.0 en ambos casos) e imágenes que ídem (la presencia de grano en pantalla a veces se hace molesta). Pero en todo caso, absolutamente imprescindibles.