Gritos en la noche (Jess Franco, 1961)
Hay quien asegura que con «Gritos en la noche» Jess Franco se acercó el máximo posible al concepto de «buena película». Al margen de la muy reprochable concepción elitista del cine que desprende esta afirmación, sí es cierto que esta es posiblemente su película más canónica y ajustada a unos criterios cualitativos más o menos clásicos.
En mi opinión no puede considerarse su mejor película a un director que se ha forjado una identidad a base de radicalidad formal y conceptual, hibridación de géneros, subcultura, caspa, estridencias y cabronadas diversas. Todo lo que no es «Gritos en la noche», vamos.
Pero sea como sea es innegable que estamos ante una película fabulosa, considerada por muchos como uno de los grandes destacados en la historia del cine de terror español, e incluso se la ha calificado por ahí varias veces como «la primera película sonora de terror española». Cosa que por otro lado dudo mucho.
Pero entremos en materia. «Gritos en la noche» es el quinto largometraje de Franco (de un total de, cuidado, más de 180), fue su primer gran éxito y representa la primera aparición del clásico villano doctor Orloff.
En la película que nos ocupa, el tal Orloff (Howard Vernon, que volvería a encarnar al personaje posteriormente) es un siniestro científico que se dedica a asistir a espectáculos cabareteros parisienses buscando mujeres jóvenes para sus macabros experimentos. Su intención es, con ayuda del tullido Morpho (Ricardo Valle), raptarlas y robarles la piel que le servirá para reconstruir el rostro de su hija, desfigurada en un accidente.
El inspector Tanner (Conrado Sanmartín) se cruzará en su camino con una investigación policial que, acompañado por su novia cabaretera, le llevará a intentar desbaratar los oscuros planes de Orloff.
Cierto, la trama no es nada del otro mundo. Es más, no aporta absolutamente nada a lo visto ya una y mil veces. Pero las virtudes de la película son otras, principalmente relacionadas con su puesta en escena y empaque visual.
He hablado infinidad de veces de cómo el cine de terror español se ha ido «contaminando» de influencias externas y las ha incorporado a su discurso con mejor o peor fortuna. Bien, pues este ejemplo no es menos, y aquí el modelo a seguir parece ser el del terror de la Universal de los años 30 por un lado y el de la siempre presente Hammer por otro. Pero no se acaba aquí la cosa, porque Franco decidió echar mano de lo que pudo o quiso y al final la cosa también tiene un aroma expresionista que tira de espaldas.
Seré conciso, que no me quiero extender mucho. Veamos, de las antiguas (y gloriosas, claro) producciones Universal el director toma como referencia una ambientación tenebrosa y sobria, casi gótica. La atmósfera creada por la genial fotografía de Godofredo Pacheco remite a esas oscuridades sinuosas tan propias de aquellas producciones. Además hay algo del Drácula de Bela Lugosi en la figura de Morpho, y el personaje de Orloff podría recordar, con su cara angulosa y de rasgos cortantes al Frankenstein de Boris Karloff («Frankenstein», James Whale, 1931).
Por otro lado, Jess Franco admite que se decidió a rodar esta película tras haber visto «Las novias de Drácula» (Terence Fisher, 1960). La influencia hammeristica se concreta en la truculencia de algunas escenas (a la cabeza la disección de un cuerpo desnudo que se cayó de la copia española), o de la enfermiza relación de Orloff con su hija, su ayudante y Morpho, así como la presencia de una trama policial paralela que mezcla investigación con elementos algo más sobrenaturales.
Además, si decía que Morpho puede evocar en su presencia al Drácula lugosiano, su cara, sus movimientos y su comportamiento casi animal puede recordar al Frankenstein de Christopher Lee («La maldición de Frankenstein», Terence Fisher, 1957).
Y hay más: el juego de luces y sombras, e incluso algunos planos concretos (tanto en el tiro de cámara como en la cadencia de su montaje) parecen sacados directamente de un expresionista algo discretito, eso sí.
Y por supuesto, toda la película está bañada de un aire de thriller criminal de Serie B en la tradición de las historias de Edgar Wallace, de las que Jess Franco se considera en cierto modo deudor.
No en vano, y lo digo ya, nos encontramos ante una película más policíaca que puramente terrorífica. La investigación criminal (que desgraciadamente está llevada con bastante ingenuidad en demasiados momentos) hace avanzar la trama y es su espina dorsal, mientras que los pasajes fantásticos van apareciendo casi como interludios hasta un final en que obviamente convergen las dos lineas argumentales. Como historia policíaca, de este modo, no es difícil encontrar un cierto paralelismo entre Orloff y el viejo Jack el Destripador, pero aquí se cambian las callejuelas londinenses por las salas de varietés francesas, y la frialdad británica por… el esperpento ibérico.
Porque sí, de eso algo también hay. Cierto, los papeles principales están bien logrados gracias a las interpretaciones de Sanmartín, Diana Lorys, Perla Cristal, María Silva y, cómo no, Howard Vernon, pero en los personajes breves a la película le sale la vena ibérica-costumbrista y se acerca más al sainete, a la sobreactuación cómica y al diálogo achascarrillado de lo que quizá debiera, con una Elena María Tejeiro que estaría estupenda… si esto fuera una película de Berlanga.
Pero para terminar dejemos un buen sabor de boca destacando la que es sin duda la mejor secuencia de la película. En ella, una de las coristas raptadas intenta escapar de las manos de Morpho, quien la va persiguiendo por toda la casa de manera torpe pero implacable. La secuencia está rodada con total ausencia de música, de modo que lo único que se oye son los efectos sonoros, en este caso los pasos de los dos personajes y sus respectivas respiraciones. Recuerdo que Morpho es ciego, con lo cual el sonido cobra para él una importancia vital y significa la perdición de la corista en tanto que mientras intente escapar nunca podrá estar en silencio. Una secuencia opresiva, brutal y brillante.
«Gritos en la noche» no es, resumiendo, la mejor forma de acercarse al cine de Jess Franco por primera vez, puesto que es una película muy poco significativa respecto al grueso de su obra (el propio director incluso reniega de ella, tachándola de «ingenua y aburrida»), pero sí es una de las películas más recordadas del género y firme merecedora de estar presente en esta lista.
Como tantas otras de esta sección, entrañable y encantadora hasta decir basta.