In memoriam: Miklós Jancsó (1921 – 2014)
El viernes 31 de enero de 2014 se iba, con mucho cine a sus espaldas (más de 90 proyectos en su haber), el mítico Miklós Jancsó, a la edad de 92 años y a causa de un cáncer de pulmón contra el que combatía desde hacía algunos años. No hablamos de un director cualquiera, ya que Jancsó, no sólo fue uno de los cineastas más conocidos del desconocido cine húngaro, sino que durante una época fue un auténtico referente europeo y, con su particular forma de rodar, con el plano secuencia como caballo de batalla, se convirtió en una de las mayores influencias para el cine de autor de las últimas décadas del s. XX (Angelopoulos, Tarr, etc).
Nacía el 27 de Septiembre de 1921 en Pest (parte oriental de la ciudad de Budapest). Graduado en Derecho y colegiado como abogado, nunca llegaría a ejercer dicha profesión, ya que en 1950 obtuvo su diploma en Dirección Cinematográfica por la Academia de Teatro y Cine de Budapest, y comenzó a dedicarse al mundo del documental desde ese momento (influencia que se vería reflejada en su cine posterior), dándole la oportunidad de perfeccionar su técnica y conocer en profundidad la situación de la Hungría Stalinista, que llevaría en 1956 a la rebelión húngara contra el gobierno del país y sus políticas soviéticas.
En 1958, con 37 años, rueda la que sería su primera película, Las campanas se han ido a Roma, pero no sería hasta su segundo film, Cantata (1963), donde y bajo la influencia de uno de sus directores más admirados, Michelangelo Antonioni, comenzaría a trazar sus constantes cinematográficas: crear largas tomas sin cortes, donde los actores se mueven constantemente en un plano/encuadre en perpetua reconstrucción (gracias a un fabuloso trabajo con grúas, travellings, etc.), bajo una férrea y milimétrica puesta en escena, creando una cinética conjunta y continua entre cuerpos y cámara, y dónde la relación entre ellos y el espacio (actores con entorno u otros actores/cámara con entorno mediante largos/medios/cortos encuadres), habitualmente grandes llanuras amplias y abiertas, cobra especial relevancia en la narrativa de sus historias (sobre todo por su escasa utilización de primeros planos y la nula de los contraplanos), al igual que los puntos de fuga (por donde sus personajes recorren grandes distancias para, en ciertas ocasiones, acabar frente a la pantalla) y la profundidad de campo (la utilización de diferentes planos en un mismo encuadre, donde se intercalan acciones de diversa importancia). El movimiento ininterrumpido es prácticamente un principio filosófico para Jancsó, quién dijo en alguna ocasión «La vida parece un movimiento continuo. Es físico y también filosófico: la contradicción se basa en el movimiento, el movimiento de ideas, el movimiento de las masas».
Pero además de crear un dispositivo cinematográfico propio, con su siguiente película, Mi camino a casa (1965), introduce otro elemento fundamental en su filmografía, el sesgo político/revolucionario. De aquí en adelante, sus films se acogerán mayoritariamente a conflictos étnicos y políticos de la Hungría de los últimos siglos. Sobre todo con su siguiente proyecto, que le acabó de lanzar a la fama internacional (europea, por supuesto), logrando incluso una candidatura a mejor director en el Festival de Cannes del 66, Los desesperados, y donde se relata el alzamiento de los campesinos húngaros contra el absolutismo imperante, que tuvo lugar en 1848, liderados por Lajos Kossuth (una de las escasas figuras foráneas que está retratada en el Capitolio de los Estados Unidos). El film evoluciona los postulados desarrollados hasta ahora, teniendo, prácticamente como único escenario, la enorme estepa húngara (aunque algún interior rompa esta norma), con grandes angulares que abarcan el máximo espacio posible y demuestran lo insignificante e indefenso que se encuentra el ser humano ante determinadas situaciones. Retrato alegórico de la libertad frente a la opresión (otra constante suya, la denuncia del poder y sus abusos, ya sea por parte de la Monarquía, el Comunismo, etc.), Los desesperados casi fue prohibida, y pudo exhibirse en Cannes porque Jancsó convenció a los líderes de la Hungría Comunista de que no tenía nada que ver con la revolución sofocada en 1956 que comentábamos antes (años más tarde, confesaría que mintió por salvar el film).
Sus siguientes años formaron la que seguramente sería la mejor etapa de su carrera, no sólo por la calidad de sus films, sino también por la recepción que tenían. Silencio y grito, Los rojos y los blancos, La confrontación, o su única coproducción europea, La pacifista, protagonizada por Mónica Vitti y que resultó un enorme fracaso (bajo el criterio de este cronista, injusto). Y así llegamos al momento cumbre de su carrera, su consagración absoluta, que le valió el premio al mejor director en el Cannes del 72, con Salmo rojo, una nueva historia sobre revoluciones campesinas en el s. XIX, pero con una utilización de la música hasta ahora inexplorada en su filmografía, y creando junto con las largas tomas (de hecho, el film está rodado únicamente en 26 planos -Béla Tarr en El caballo de Turín, poco más de 30-) y coreografías de movimientos citadas antes, una especie de danza ritual que inunda todo el metraje y mantiene esa dicotomía entre realidad mostrada y artificio mediante el que se representa.
Siguiendo su senda de radicalización estética/formal, en 1974 estrena Electra, My Love, con la cual logra uno de sus objetivos ansiados desde hacía años: realizar un film sin ningún tipo de escenario (sólo una enorme llanura abierta) y con apenas 12 planos (supongo que Jancsó disfrutaría mucho, años después, con El arca rusa de Aleksandr Sokurov). Si durante los 70 el cine de Jancsó fue virando cada vez más hacia el simbolismo y la estilización visual, en los 80 los críticos empezaron a acusarle de la repetición en su estilo, y poco a poco fue perdiendo el favor del sector (sus películas empezaron a ser despreciadas en Cannes, después recibir en el 79 un premio por su trayectoria, pero apreciadas en Venecia). Todo y que conseguir sus films posteriores a Rapsodia húngara, tanto de esa década como de los 90, es muy complejo (y no he podido ver ninguno hasta So Much for Justice, a la postre su último film, que data del 2010), los textos que he leído sobre él, coinciden en que su técnica comenzó a emplear el caos como principio organizador de sus películas, pero con menor repercusión mediática. Tras la caída del Comunismo, Jancsó logró triunfar con una serie de películas de bajo presupuesto, ingeniosas y poco autocomplacientes, que recibieron buenos resultados en la taquilla húngara.
Cinematográficamente inquieto y políticamente combativo (los liberales húngaros le llamaban afectuosamente tío Mike, fue acusado en numerosas ocasiones de “formalista”, “nacionalista” y “enemigo de la ideología socialista”), la figura de Jancsó, todo y lo desconocida que resulta para el gran público, es un referente totalmente necesario para entender cuáles fueron las sendas que escogió un cierto tipo de cine a partir de los 60 y qué ha sido continuado en films tan impresionantes como La mirada de Ulises o Armonías de Werckmeister. Ha sido un fin de semana duro referente a perdidas en esto del cine, y la de Jancsó, es una de las que más añoraremos. Al tiempo.
"con la cual logra uno de sus objetivos ansiados desde hacía años: realizar un film sin ningún tipo de escenario (sólo una enorme llanura abierta)"
Ahora que lo vuelvo a leer, grave errata por mi parte. Esto que comento arriba, se produce (propiamente dicho) con Salmo Rojo, aunque en Elektra, my love continue por esa senda estética.