La legión de los hombres sin alma (Victor Halperin, 1932)
-Why did you drive like that, you fool?! We might’ve been killed!
-Worse than that, monsieur. You might’ve been caught.
-Caught? By whom? Those men you spoke to?
-They are not men, monsieur. They are dead bodies!
-Dead?
-Yes, monsieur. Zombies! The living dead. Corpses taken from their graves.
En todo manual básico y lo suficientemente riguroso de cine de terror que se precie, «White Zombie» (o lo que es lo mismo, «La legión de los hombres sin alma») debería recibir una especial mención a luces de su importancia como la primera película de zombis de la Historia del Cine. Y sí, hay que reconocer que, a pesar de tratarse de un film que algunos considerarían menor dentro de los creepy thirties, «White Zombie» tiene al menos esa característica significativa que la hace meritoria de análisis. Pero no confundamos valor intrínseco con anécdota histórica, pues en este caso la película supone la revelación de la que toda buena obra fundacional se debería caracterizar: presenta todas las ideas, planta todas las semillas e idea todos los clichés de este tan particular sub-género cinematográfico del terror. Luego, decide ir algo más allá.
Curiosamente, sin embargo, y a pesar de su originalidad temática, la trama no dista en absoluto del tipo de propuestas de terror de los treinta a las que estamos acostumbrados. 1 Una joven pareja de enamorados, Neil y Madeleine, llegan a Haití en su luna de miel para alojarse unos días en casa de un amigo mutuo, Charles Beaumont, terrateniente conocedor de las costumbres de los nativos y las leyendas de la zona. Beaumont está perdidamente enamorado de Madeleine, y antes de perder toda esperanza acude a ‘Murder’ Legendre (Bela Lugosi), un hechicero local de vudú. Legendre proporciona a Beaumont una poción que, asegura, resolverá sus problemas, pero el siniestro mago tiene otros planes: la poción detiene el corazón de Madeleine y, una vez muerta, Legendre la revive mediante el vudú y la une a su legión de hombres sin alma. Una historia lo suficientemente convencional como para agradar al espectador medio de la época, pero ciertamente con un punto de originalidad que apunta maneras hacia lo siniestro, y que inicia la veda de costumbres visuales y argumentales del cine de zombis, como, sin ir más lejos, los andares lentos y pesados de los muertos vivientes, los sentimientos de impotencia de los vivos al ver que sus seres queridos zombificados no responden a sus reclamos o la sed de sangre de los propios muertos andantes. Novedades que, pese a todo, se combinan con un terror del más entrañable sabor clásico.
Lo clásico se nos presenta también en forma de un villano simple y llanamente loco, de aquellos que están ahí única y exclusivamente para el espectador y que, por ende, carecen de relieve psicológico (¿y qué más da?) o de motivos que justifiquen sus actos. Un Bela Lugosi post-Drácula 2 se encarga de ello, y como siempre ofrece una de sus interpretaciones histriónicas y retorcidas, aunque esta vez algo más comedida y de menores excesos (algo alejada, por ejemplo, de «The Raven«). No por ello su papel deja de ser del tipo al que el húngaro nos tenía acostumbrados, ni el recuerdo que se nos queda tras el visionado deja de estar poblado por los grandes momentos que éste ha protagonizado a lo largo de la cinta. Lo habitual: frases inolvidables (A flower or perhaps… a glass of wine?), gestos sobreactuados, muecas y más muecas. Lugosi era un actor del método, porque disponía de una fórmula que repetía película tras película y que le inmortalizaba poco a poco en un icono cinematográfico, en un sello de identidad de las películas en las que trabajaba y en una figura misteriosa y tenebrosa de la que la gente hablaba por las calles (y eso vende). Se llamara Dr. Mirakle, Dr. Vollin, Conde Drácula o ‘Murder’ Legendre, Lugosi usaba siempre distintos nombres para enmascarar a un mismo personaje, y alrededor de su presencia en la pantalla se levantaban todas las otras cosas. «White Zombie» no es excepción.
Pero existen siempre, por supuesto, valores añadidos, y es importante reiterar que las películas de terror de los treinta tenían significancia más allá de los rostros de sus estrellas protagonistas, fueran Lugosis, Karloffs o Chaneys. Tal y como se ha estudiado en más profundida a posteriori, las películas de la etapa clásica de Hollywood, en la que los filmes de los creepy thirties se engloban, nacían también del talento de sus directores y guionistas y de sus productores y técnicos. Los horros films de los años treinta, no lo olvidemos, también son una realidad gracias a nombres como los de Tod Browning, Jacques Tourneur, Edgar Ulmer o Val Lewton. Y para «White Zombie» la mano de obra de Victor Halperin, su director y productor, y la tinta de Garnett Weston, su guionista, son tan importantes como el rostro emblemático de Bela Lugosi.
Allá por 1932, los cineastas Edward y Victor Halperin se interesaron enormemente por una obra de teatro de poco éxito escrita por Kenneth Webb y titulada «Zombie», basada en el libro «The Magic Island» (1927) de W.B. Seabrook, y en la que el público de Broadway aprendió por primera vez sobre las leyendas tribales del vudú, la magia negra y los muertos vivientes. Los Halperin se lanzaron a la producción de la película de forma independiente, que se estrenó pocos meses después con notable atracción de un público aún poco acostumbrado a la temática que se presentaba en la pantalla («Frankenstein» y «Drácula» eran aún experiencias recientes). En primer lugar, el atractivo se encuentra en la novedad del detonante central de la película: el vudú. El planteamiento se construye, así, no ya a partir de una ficción original ni de una adaptada de la literatura (Poe, mayormente), sino puramente del folklore, el mito, la leyenda y la superstición, hecho que en su momento debió envolver a la historia con un cierto realismo que de bien seguro debió asustar un poco. No en vano, el mundo de la selva y la fascinación por la magia negra fue una rama del terror que se volvería a aprovechar en repetidas ocasiones, como en «La isla de las almas perdidas» (Erle C. Kenton, 1932), «King Kong» (Merian C. Cooper & Ernest B. Schoedsack, 1933) o «Yo anduve con un zombie» (Jacques Tourneur, 1943).
Pero la fórmula del éxito, claro, no radicaba únicamente en la novedad que es el detonante de la historia (el vudú), en la sensación de déjà vu del argumento (la pareja de jóvenes, los celos, las pociones, el villano malvado, el happy ending) ni en su estrella protagonista, sino también en esa tan única habilidad de un director de exprimir hasta el último centavo de un presupuesto reducido en elaborar una película visualmente imaginativa y encontrar sin demasiada dificultad el right mood para ella. Los escenarios y la arquitectura de los interiores, el maquillaje a cargo del siempre excelente Jack Pierce, la fotografía de mano de Arthur Martinelli, la música compuesta por el catalán Xavier Cugat… Todo se conjuga con acierto y se apreta dentro de un bolsillo con poca capacidad para el gasto. Además de ello, los encuadres de cámara, la puesta en escena y los pequeños detalles visuales acompañan: el uso repetitivo de un primer plano de los ojos de Lugosi cuando usa su poder, de sus manos retorciéndose en la llamada de los muertos o cierta forma de encuadrar siempre del mismo modo los planos del salón principal y los exteriores del castillo; el plano de Lugosi reflejado en la copa, y el de las escaleras vistas a través de la barandilla; los oníricos planos de Madeleine extasiada bajo el dominio de Legendre y la propia figura, casi angelical, fantasmagórica, de la muchacha; los planos superpuestos de Neil en busca de Madeleine y de ésta esperándole en una de las terrazas del castillo; algunas transiciones en forma de telón, no abandonando así el origen teatral del texto original; las latentes influencias expresionistas en la arquitectura y las luces y las sombras 3… La producción es modesta, es cierto, pero pone ahínco en pretender lo contrario, consiguiendo finalmente acompañar la historia de un envoltorio visual francamente interesante.
De hecho, todo en «White Zombie» tiene un cierto sabor a escasez de medios, pero también un delicioso regusto a enorme talento, y de ahí que su visionado resulte tan complaciente.
Ver La legión de los hombres sin alma (White Zombie) completa en V.O . subtitulada
[1] Cabe decir, sin embargo, que en esta ocasión no fue la Universal sino la United Artists la encargada de la distribución de la película. Victor y Edward Halperin produjeron la película de forma independiente bajo el sello Halperin Productions.
[2] «Drácula» lanzó a Lugosi a la fama, y a partir de entonces, como la mayoría de carteles de los siguientes films en los que participó revelan, Lugosi pasó a ser más conocido como Bela ‘Drácula’ Lugosi. Fue verdaderamente a partir de ese momento cuando empezó su rivalidad con el otro gran actor del terror de los treinta: Boris Karloff.
[3] Como ya hemos repetido en otras ocasiones, la huella del cine alemán de los años 20 en el cine de terror americano de los 30 es evidente. Ejemplos en «White Zombie» son las apariciones fantasmagóricas de Madeleine ante Neil, en un truco de cámara que ya vimos en películas como las del Dr. Mabuse de Fritz Lang o en el «Amanecer» (1930) de Murnau; planos en los que los personajes recorren los pasillos del castillo y sus afueras, que recuerdan a la sobriedad arquitectónica de algunos de aquellos filmes alemanes; etc.