Los mejores cómics de 2022
En esta segunda parada de nuestro chequeo a 2022 toca echarle el ojo a las novedades comiqueras. Una lista que nos ha resultado especialmente difícil, no por escasez sino todo lo contrario. El informe tebeístico del presente curso ha arrojado de nuevo espléndidos resultados gracias a la publicación de un puñado de títulos excelentes: en realidad esta lista -de todas es en la que hemos tenido que hacer más renuncias- es sólo una ínfima muestra de lo que ha dado de sí la temporada. Un año terrorífico dentro del sector, cierto (la cantidad de artistas relevantes que nos han dejado es mareante), pero también, insistimos, muy fértil en lo creativo. Veamos.
30 – Grito nocturno, de Borja González (Resevoir Gráfica)
Pocos tebeos de autor español se esperaban con más ansias y expectativas que el retorno de quien debutara, a lo grande, con The Black Holes. Grito nocturno parece al mismo tiempo una continuación lógica y un magnificador de todas las virtudes de aquella: un potente halo generacional trufado de referencias que van del anime al punk pasando por la literatura gótica, un afilado sentido del retrato psicológico, una enorme capacidad para capturar el angst adolescente y, muy especialmente, una capacidad gráfica espectacular.
29 – Bill Rayos Beta: Estrella argéntea, de Daniel Warren Johnson (Panini)
Siguiendo las sagradas escrituras de Walter Simonson el siempre brutal Daniel Warren Johnson hace suya una historia semitrágica sobre la exploración de la propia identidad, el afán por encajar socialmente y la búsqueda de una conciliación con las raíces. Y con “hace suya” me refiero a que esta historia autoconclusiva entorno al personaje más noble del universo Thor es un viaje alucinante de proporciones épicas, desparrame visual, ritmo salvaje, diálogos endiablados y sorpresas artísticas a cada página. Daniel Warren Johnson es el tipo más heavy metal, para bien, del cómic mainstream actual y este Bill Rayos Beta es nueva prueba de ello.
28 – La guerra de los Mundos, de Javier Olivares y Santiago García (Astiberri)
Olivares y García son uno de esos dream-teams imbatibles del tebeo contemporáneo, probablemente uno de los más potentes que tenemos de Pirineos para abajo. En esta ocasión los responsables de Las meninas y La cólera toman el clásico de H.G. Wells para subvertir su planteamiento central sin diluir su capacidad de transgresión y análisis social punzante: da tan igual que la historia original tenga ya un siglo y cuarto de vida como que se traslade a Marte (los terrícolas somos, esta vez, los invasores): La guerra de los mundos nos sigue hablando del aquí y el ahora con aterradora lucidez.
27 – Wonder Woman: Historia, de Kelly Sue DeConnick (ECC)
Vivimos desde hace años en una época extraña en que parece que el tebeo de superhéroes, cual gato de Schrödinger, está en su mejor momento y al mismo tiempo montado en una crisis galopante. Operaciones como Wonder Woman: Historia parecen aprovecharse de lo primero y enmendar lo segundo: es esta una mirada al mito de Diana renovadora, necesariamente feminista, moderna y tradicionalista al tiempo. Un arrollador tebeo para adultos cimentado en un guion que emana elegancia y erudición y un apartado gráfico (mención especial para el incontestable Phil Jimenez del primer tomo) verdaderamente soberbio.
26 – Fuego, de David Rubín (Astiberri)
A pesar de su fertilidad creativa acompañando a otras firmas (últimamente ha hecho equipo junto a Jeff Lemire, Santiago García, Matt Kindt o Marcos Prior), hacía un buen tiempo que no leíamos a Rubín como autor completo. Concretamente desde El héroe. El fuego ha atajado esa espera de la manera más incontestable posible: con una espectacular, grandiosa propuesta visual, ya habitual en la obra del gallego, y una historia impactante (si bien narrada de manera un tanto afectada de más), una distopía existencialista sobre el fin del mundo con un hombre enfermo terminal, presunto salvador de la humanidad, en el centro del huracán. Aquí prevalece la épica apocalíptica, la mirada sangrante hacia una sociedad capitalista y clasista abocada a la extinción y la fatalidad de una historia de redención condenada (¿o quizá no?) al fracaso. Despliegue visual como pocos este año.
25 – The Nice House on the Lake, de James Tynion IV y Álvaro Martínez Bueno (ECC)
Muy bestia lo de James Tynion IV. Lleva años montado en la excelencia y aún es capaz de darnos algunas de las más interesantes series mainstream, dentro y fuera del corsé superheroico, que podemos leer hoy. The Nice House on the Lake parte de una premisa un poco Perdidos, un high concept que en manos de cualquier guionista televisivo descarrilaría a mitad de la primera temporada: un tipo convoca a un grupo de amigos de su juventud para que acudan a una casa apartada con ánimo de ponerlos a salvo de la extinción humana que él mismo y su pueblo -supuestamente alienígena- acaban de provocar. Sin embargo a manos de Tynion (y a lápices de Álvaro Martínez Bueno) esto se convierte en un absorbente drama de horror sci-fi que sabe renovarse a cada capa argumental y sorprender a cada giro de guion. La bomba.
24 – Die, de Kieron Gillen y Stephanie Hans (Panini)
Kieron Gillen no para y nosotros nos vemos obligados a sacar el cazamariposas para capturar cualquiera de sus fértiles momentos creativos antes de que se escape y pase al siguiente: el final de Die es buena ocasión para dar cuenta de su buen hacer, en este caso vía una historia de fantasía cuasipura bendecida por la ludofilia galopante de su autor, por su mano con los personajes y los diálogos y con su enorme capacidad para armar historias que emocionan y golpean sucesivamente.
23 – Clementine, de Tillie Walden (ECC)
Más allá de la simple curiosidad editorial, el encuentro de una fuerza de gran magnitud mainstream como es la franquicia Los muertos vivientes con la vocación autoral de Tillie Walden se salda con un espectacular ejercicio de simbiosis en el que -además- se integra un tercer elemento: Clementine, la protagonista de la aventura gráfica The Walking Dead. La autora de Piruetas puede sacar a pasear su habitual sensibilidad a la hora de retratar la adolescencia a través de personajes sutiles, profundos y complejos. Los fans de la saga madre tampoco se verán defraudados por un tebeo que ahonda en sus temáticas. Y los gamers encontrarán tanta carga emocional como la que ofreció en su momento Telltale Games. Es decir, un indiscutible win-win(-win).
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22 – El Departamento de la Verdad, de James Tynion IV y Martin Simmonds (Norma)
Segunda entrada de James Tynion IV en esta lista, en este caso gracias a un delirio de conspiracionismo desatado, modelos de comunicación basados en el acoso y el trolleo y una oscura trama policíaca de tintes paranormales. Todos estos elementos locos colisionan en esta serie de Image tan perturbadora como atractiva, una traslación al género fantástico de un modus operandi comunicativo muy real, operado desde los márgenes de la alt-right pero capaz de contaminar casi toda la vida pública. Engancha, alimenta el cráneo y acojona, todo al mismo tiempo.
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21 – Baños Pleamar, de Isaac Sánchez (Dolmen)
Primero hubo un autor. Luego un youtuber popular. Ahora Isaac Sánchez parece haber perdido interés en su persona internetera para encontrar su auténtico happy place creativo no reivindicándose como aquello que siempre fue (un buen guionista y dibujante de cómics) sino asumiendo algo mejor: la excelencia artística. En todos los sentidos Baños Pleamar es un paso de gigante concretado en una historia pequeñita, por íntima… pero eterna por su increíble puntería descriptiva y, especialmente, su capacidad para sorprender con gran cantidad de recursos simbólicos y su demoledora carga emocional.
20 – Not All Robots, de Mark Russell y Mike Deodato Jr. (Panini)
Venía Mark Russell con un buen impulso crítico tras su celebrada aproximación contemporánea a varios personajes de la productora Hanna-Barbera y el premio Eisner (mejor obra humorística, ejem a esto) ha terminado de darle el empujón. Pero Not All Robots lo merece. Con la pluma bien untada en arsénico el norteamericano -acompañado por un Deodato Jr. sucio y cuasirealista- ha escrito una espectacular distopía capitalista con robots integrados en la sociedad y humanos sumidos en una crisis de poder. Sátira despiadada e inteligentísima de una sociedad mercantilizada, brillante inicio para una serie perturbadora y brutalmente divertida.
19 – Diosa, de Aude Picault (Garbuix Books)
Aude Picault se reapropia de la más antigua historia de la humanidad, la que convirtió la sexualidad femenina en tabú pecaminoso y redujo a la mujer a un mero instrumento de placer masculino, para reformular la historia de Adán y Eva y, especialmente de Lilith, símbolo de empoderamiento y modelo primigenio para la liberación de las mujeres. ¿Un cuento perverso? Si partimos de la idea de que lo único perverso ha sido la marginalización femenina sistemática de los últimos dos milenios y pico, Diosa es más un (divertido, punzante, juguetón) acto de justicia que otra cosa.
18 – Flores rojas, de Yoshiharu Tsuge (Gallo Nero)
Sin prisas pero con pocas pausas va la editorial Gallo Nero recuperando la obra de un esencial mangaka que por fin parece haber salido de su olvido en Europa, esperemos que ya definitivamente. Flores rojas es otro de los recopilatorios de sus historias -estas publicadas originalmente entre 1966 y 1968- y que, de nuevo, dan buena cuenta de su habilidad para fundir lo cotidiano con lo mágico, lo naturalista con lo inexplicable y lo realista con lo poético en un corpus artístico en el que los personajes son impactados por la influencia definitoria de la naturaleza, de la Historia, de la tradición.
17 – Goya. Saturnalia, de Manuel Gutiérrez y Manuel Romero (Cascaborra)
Gutiérrez y Romero están tan desinteresados en la biografía lineal y la recreación histórica ortodoxa y monocromática como los García y Olivares de Las Meninas. Su Saturnalia, permeación al lenguaje del cómic del espíritu de ciertas pinturas negras, es el retrato vivo e impredecible de un artista sobrepasado por los vaivenes políticos de la España del XIX tanto como por sus propios impulsos artísticos. Aquí se rompe la temporalidad lineal saltando entre pasado, presente y futuro, invocando en espíritu e imagen a artistas de toda época… y del mismo modo se pulverizan los límites que se establecen entre cómic y pintura, entre arte y vida, entre autor y obra y entre las distintas disciplinas artísticas que al final pueden reducirse a una sola pulsión: la de la búsqueda de uno mismo.
16 – Laberintos, de Charles Burns (Reservoir Books)
Si es que alguna vez la perdió, Laberintos supone un regreso a la buena forma del legendario autor de Agujero negro. Como en aquella, Burns vuelve a recurrir a la postadolescencia como principal punto clave en la búsqueda de la identidad para desplegar un relato inquietante que oscila entre lo naturalista y lo perverso. Un trasfondo de terror de serie B, una ambientación muy lograda y un retrato de personajes complejo arropan a lo que realmente son los grandes protagonistas de la fiesta Burns: su capacidad perturbadora, su elegancia narrativa y su exquisito dibujo.
15 – El accidente de caza, de David L. Carson y Landis Blair (Planeta Cómic)
A medio camino del true crime y la biografía y a partir de la historia real de un delincuente de medio pelo que terminó compartiendo celda con el archiasesino Nathan Leopold y se recicló en poeta en braille Carson y Blair construyen una profunda reflexión sobre la amistad, la paternidad, el prejuicio y el castigo. Pero especialmente sobre la libertad: la real y la que nos proporcionan, metafóricamente, los libros. Un tebeo impresionante en forma y fondo.
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14 – Cómo ser feliz, de Eleanor Davis (Astiberri)
No, no te enseña cómo ser feliz, pero Eleanor Davis teje, en su último libro, una red de vidas que orbitan entorno a tan utópico concepto. La felicidad. O la ausencia de ella. En este manojo de historias breves que fluyen como el mercurio de un género y de un estilo a otro la norteamericana refleja nuestros males cotidianos personificados en un puñado de personajes solos, tristes, incomunicados. Todos sumidos en una mentira sobre la presunta incapacidad de amar. Una vez más, Davis rompe su propio techo narrativo y formal.
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13 – Chacales, de Nadia Hafid (Sapristi)
Alienación, ira, ansiedad. Son las herramientas con las que Nadia Hafid fotografía nuestro a menudo atribulado presente, reflejado en tres historias de vida paralelas pero con dos denominadores comunes: por un lado la soledad y por el otro la gestión de la ira… en una sociedad que insiste en que permanezcamos anestesiados y anestesiadas. Tras su deslumbrante El buen padre la de Terrassa no afloja en riesgo para con sus planteamientos visuales, tan radicales (y aparentemente) sencillos. Un estilo minimalista que apela a los 80 y al mismo tiempo la proyecta hacia el futuro, en un entorno que también habitan Ana Galvañ o Conxita Herrero. El mañana es suyo.
12 – Diez mil elefantes, de Pere Ortín y Nzé Esono Ebale (Reservoir Gráfica)
A partir de unos hechos reales, la expedición que el cineasta Manuel Hernández Sanjuán emprendió hacia Guinea Ecuatorial, en esa época (1944) colonia española, el periodista Pere Ortín y el artista Nzé Esono Ebale delinean una historia que va mucho más allá del retrato crítico. Sin justificar el horror de la subyugación colonialista saben encontrar humanidad y un ángulo original colocando la pluma sobre la relación entre el explorador y uno de sus porteadores, dueño además del punto de vista del relato. El resultado es un álbum sugerente, cargado de poesía y simbolismo con un apartado visual, que incluso recurre en ocasiones al collage, verdaderamente precioso.
11 – Adiós amigos, de Begoña García-Alén (Apa Apa)
La lerense prosigue su particular y firme camino hacia la más radical independencia formal con esta aparentemente cotidiana pero realmente fantasmagórica historia. Un relato de desapariciones y ausencias que pone en paralelo la historia de un niño, su madre siempre en espera del regreso de su marido pescador y un artista real, Bas Jan Ader, que quiso conquistar el Atlántico y cuya barca fue encontrada a la deriva en costas gallegas. Un relato poderoso en su capacidad alegórica y con una personalidad visual minimalista pero de asombrosa precisión narrativa.
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10 – Túneles, de Rutu Modan (Salamandra Graphic)
Poco se deja ver la autora israelí, pero cuando lo hace pone patas arriba el mercado comiquero. Túneles parece de primeras menos impactante que, por ejemplo, Metralla, pero resulta igual de incisivo y revelador. Esta vez de forma más relajada, a través de una comedia de arquelogía costumbrista con calado sociopolítico, pero con las mismas cantidades de puntería descriptiva y calado humano. Un cómic entretenidísimo tocado con la varita de la clarividencia.
9 – La joven y el mar, de Catherine Meurisse (Impedimenta)
Meurisse vuelve a hacer de la naturaleza catarsis, esta vez con la excusa de un viaje a Japón. Allí entabla amistad con un tanuki parlanchín, redescubre a Hokusai y, vía «La gran ola de Kanagawa» (la famosa plancha del pintor nipón), tiende un puente entre arte y naturaleza apelando a sus fuerzas más viscerales, las que tienen que ver con el agua. Una aventura interior en un precioso entorno que nos habla de la creación, de la conexión con lo ancestral, de la volatilidad del tiempo y el arte como herramienta de comunicación. Un álbum precioso, reconfortante y tocado por la habitual sensibilidad expositiva, entre solemne y humorística, de la autora francesa.
8 – In, de Will McPhail (Norma)
A pesar de sus orígenes en el humor gráfico lo de In resulta una mirada de asombrosa profundidad hacia la edad adulta para un Will McPhail en estado de gracia narrativa y técnica. Trabajo, amor, sexo, felicidad, afecto maternofilial y enfermedad capitalizan la vida de un protagonista en pleno tránsito emocional que conoce a una mujer que cambiará su vida y redescubre a otra que la definió. In es un vitalista slice of life sobre el amor y el cáncer, y sobre cómo el primero nos hace recobrar el norte mientras que el segundo simplemente pone esa búsqueda en pausa, a la espera de que estemos en disposición de volver algún día a encontrar la felicidad.
7 – Hierba, de Keum Suk Gendry-Kim (Reservoir Books)
El horror en primera persona. La autora coreana canaliza en su celebrado manhwa la experiencia de Lee Ok-Sun, superviviente, ya anciana, de las atroces “casas de consolación”. Tremendo eufemismo para designar esos enclaves en los que, durante la Segunda Guerra Mundial, jovenes coreanas y chinas compradas a sus familias o secuestradas eran obligadas a prostituirse para aliviar a los soldados japoneses, violadores sistemáticos. Miseria, desesperanza e inhumanidad conviven con la sensibilidad y la fe en un futuro en el que Japón haga finalmente justicia respecto a sus propios actos en un libro impactante también por su planteamiento gráfico, de un trazo desgarbado y orgánico en un blanco y negro que aúna estilo y desgarro.
6 – Kent State, de Derf Backderf (Astiberri)
Derf Backderf documenta la masacre real de la Universidad de Kent en Ohio ejecutada en el marco de las protestas pacifistas por la Guerra de Vietnam en la que murieron cuatro jóvenes a manos de una Guardia Nacional cuya responsabilidad se podía rastrear hasta la propia administración Nixon. Un trabajo de tebeo periodístico apabullante, tanto en su documentada narración como en su bárbaro impacto emocional.
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5 – Dulce de leche, de Miguel Vila (La Cúpula)
Una adolescente enamorada de su novio hasta lo autolesivo. Una treintañera de clase baja madre de un hijo pequeño y dueña de un par de enormes y lactantes senos. En medio de ambas, un chaval de maneras tóxicas alienado por el porno y que ejerce de tercer vórtice del triángulo amoroso, desigual y turbulento, que se establece entre ellos. El italiano Miguel Vila dispara un obús narrativo que es al mismo tiempo grotesco y tierno, bello y emocionalmente violento. Una crónica adolescente artísticamente impactante (cómo domina lo hermoso y lo feísta, qué libertad expositiva, qué uso de los colores pastel) que cartografía el deseo desde el perturbado reflejo del mismo que nos ofrece pornhub.
4 – Escucha, hermosa Márcia, de Marcello Quintanilha (Astiberri)
Por si el prestigio que ya acumula Marcello Quintanilha no fuera suficiente, el Fauve d’Or, máxima distinción del festival de Angoulême, garantiza palabras de entusiasmo para su última obra: Escucha, hermosa Márcia, es un tebeo exquisito. Una visión íntima pero expansiva hacia una familia de clase obrera en el Brasil contemporáneo de las favelas y la delincuencia callejera descrita con audacia, crudeza y esperanza. Expresada con un infinito cuidado hacia sus personajes -su trío protagónico es memorable en sus descripciones individuales y sus dinámicas grupales- y mostrada con un trazo vivaz que se acompaña de una vibrante paleta de colores. Impresionante en todos sus apartados.
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3 – Jolgorio, de Brecht Evens (Astiberri)
Clubes, copas, juerga y vértigo existencial. Esta noche loca de Brecht Evens lo es por varias razones. Primero porque, literalmente, está poblada por gente con evidentes asuntos de índole psicológica pendientes de resolver: insatisfacción, hastío vital, depresión. Segundo porque captura el frenesí nocturno de la farra en las clases altas. Y tercero porque su capacidad expresiva y su caudal artístico le vuelan a uno la cabeza seriamente. Con una versatilidad narrativa pasmosa, el belga nos recuerda una vez más por qué se encuentra en la pole del tebeo europeo y por el camino nos arrastra en una vorágine visual que nos deja viendo las estrellas (en varios sentidos).
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2 – Clase de actuación, de Nick Drnaso (Salamandra Graphic)
El estadounidense mantiene intacta su racha y clava su tres de tres con otra obra maestra existencialista, slowburner emocional que vuelve a revolotear alrededor la soledad y la incomunicación de unos personajes perdidos en sus propios miedos e inseguridades sin casi darse ni cuenta. Arremolinados en un taller interpretativo que pondría los dientes del Nathan Fielder de Los Ensayos bastante largos este grupo de descolocados emocionales fingen, esconden y articulan sus propias catarsis de la manera más callada pero internamente estrepitosa posible. Crueldad estática.
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1 – Dog Biscuits, de Alex Graham (Fulgencio Pimentel / La Casa Encendida)
Nacido como serial inicialmente alojado en Instagram y concebido en tiempos de pandemia, la voluminosa obra de Alex Graham captura todo un zeitgeist en un slice of life mil por cien contemporáneo protagonizado por animales antropomórficos: esa necesidad de conectar en medio del aislamiento, el paroxismo comunicativo en tiempos de redes sociales o el auge de movimientos autoritarios disfrazados de reivindicación legítima (la brutalidad policial acogida a su mierdoso “blue lives matter”) configuran el marco de una obra viva, moderna y visualmente muy despeinada. Esencial.