La máscara de Fu Manchú (Charles J. Brabin, 1932)
En nuestro largo recorrido por las mejores películas del terror americano de los años 30 vamos a encontrarnos con multitud de elementos que van a repetirse una y otra vez. El cine de este género, y en esta época, se movía alrededor de unos cánones estéticos y de unas temáticas similares (además de unos mismos actores, directores, maquilladores y directores de fotografía) que hacían que las películas se asimilaran entre si, al menos hasta un cierto grado –el suficiente, en cualquier caso, para poder agruparlas todas bajo una misma etiqueta. Sin embargo, es claro que unas películas tuvieron más fortuna que otras en elegir todos estos aspectos y en congeniarlos entre sí. Mientras unas escogieron el siempre interesante tema del monstruo («El hombre lobo«, por ejemplo, entre otras que veremos próximamente), otras elegían el tema del mito, las tumbas y los exploradores (la presente “La máscara de Fu Manchú”), mientras que algunas otras preferían el cuento de terror gótico, normalmente acudiendo a Poe y los clásicos. Sólo la forma de realizar las películas, las historias contadas o el variopinto elenco de excéntricos personajes que participaban en ellas lograban distinguir cualitativamente unas de otras. Y, sin embargo, todas ellas lograron ser pequeñas joyas de lo mejor que el continente americano ha dado jamás en cine de terror.
Partiendo de esta realidad, se hace difícil distinguir las contribución que cada una de estas películas ha hecho, por si sola, a la Historia del Cine. Hacer un comentario crítico de cada una de ellas es difícil porque todas parecen tan buenas y tan únicas que al final uno no puede más que recomendarlas encarecidamente a cualquier amante del cine. Pero si ya tuvimos mala suerte en la anterior entrega en elegir una película especialmente interesante (por encima del nivel medio, vaya), “Los crímenes de la Calle Morgue” (Robert Florey, 1932), resulta que esta vez el azar ha querido que nos toque volver a hablar de otro de los grandes títulos desconocidos del género: “La máscara de Fu Manchú”.
“La máscara de Fu Manchú” fue dirigida en 1932 por el desconocido aunque bastante prolijo Charles Brabin, con ayuda de los no acreditados Charles Vidor y King Vidor, e interpretada por Lewis Stone, Karen Morley, Charles Starrett y Boris Karloff en el papel del Dr. Fu Manchú, con Myrna Loy como su inquietante hija Fah Lo See. La película cuenta la historia de un grupo de científicos del Museo Británico que, en busca de la tumba perdida del legendario guerrero mongol Genghis Khan, parte en una expedición hacia el Desierto de Gobi. Una vez allí se deberán enfrentar a otro pretendiente del preciado tesoro que se esconde en la tumba del guerrero, el conocido Dr. Fu Manchú, que no dudará en utilizar sus conocimientos en artes oscuras para intentar arrebatar de las manos de los británicos el sable plateado y la máscara dorada que se esconden en el sarcófago de Khan. Así, mientras que los británicos desean los tesoros como un mero trofeo arqueológico para ser exhibido en el museo, Fu Manchú los anhela nada menos que para causar un reinado de terror, armar sus tropas reencarnado como un nuevo líder guerrero y aniquilar toda la civilización occidental.
Por tanto, aparentemente nos encontramos ante una de esas películas que tanto gustaban al público del momento, aprovechando aún el filón comercial del descubrimiento de la tumba de Tutankamón de 10 años antes: las aventuras de unos exploradores en busca de un tesoro perdido que deberán enfrentarse a las fuerzas del mal para conseguirlo. Sin embargo, aunque “La Máscara de Fu Manchú” es un ejemplo perfecto de este tipo tan particular de película igual que lo es «La Momia» (Karl W. Freund, 1932), consigue también ir un paso más allá, puesto que al igual que ocurría con “Los crímenes de la Calle Morgue” (y que también veremos, por ejemplo, en “La isla de las almas perdidas”), todo está un poco más pasado de vueltas de lo habitual. Eso es lo que eleva la película, como ya ocurría con la de Florey, por encima de la calidad media de sus hermanas. El Dr. Fu Manchú es nuevo un mad doctor, pero esta vez un poco más mad de lo habitual. Escenas más truculentas, más terroríficas y, por supuesto, más disfrutables hacen que, otra vez, esta película sea de un goce constante, y más teniendo en cuenta que pese a todo no se está abandonando en ningún momento ninguno de los clichés del cine fantástico de aventuras: trampas, bichos, leyendas, héroes, villanos, romances, traiciones…
Seamos un poco más concretos. Como decíamos, el Dr. Fu Manchú vuelve a rivalizar con los doctores locos de la Universal (esta vez, la película es de la MGM) para convertirse en el doctor más diabólico del cine clásico americano. Así como el Dr. Mirakle demostraba sus artes de villano inyectando sangre de mono a sus jóvenes víctimas en la ya mencionada «Los crímenes de la Calle Morgue», el Dr. Fu Manchú va un poco más allá al mostrarnos un repertorio aún más amplio que va desde torturas chinas a trampas mortíferas, de las que nuestros héroes británicos serán víctimas al intentar evitar que el demoníaco doctor se apodere de los tesoros de Khan. De hecho, cada escena de tortura es mejor que la anterior, y personalmente no sé si quedarme con (SPOILER) la del hombre atado bajo una ensordecedora campana que suena sin cesar, con la de la inyección de suero hecho a base de sangre de tarántula y veneno de serpiente (cuya preparación se nos muestra con pelos y señales), con la del hombre sostenido encima de un pozo lleno de hambrientos cocodrilos y atado a un lado de una balanza cuyo contrapeso va perdiendo fuerza poco a poco, con la del hombre atado entre dos paredes con pinchos que se acercan una a la otra, o con el ritual de sacrificio que Fu pretende llevar a cabo con Sheila (Karen Morley) (FIN SPOILER). En todo caso, el Dr. Fu Manchú conduce el espíritu de la cinta, bien sea haciendo gala de sus dotes de líder de grandes masas, como ser perturbado que siente una extraña atracción hacia su propia hija (otra que tal) o, simplemente, como criminal mastermind de pretensiones megalómanas, que en este caso son las de acabar con una raza entera. Lo interesante, pero, es que la responsabilidad del protagonismo de Fu Manchú no recae enteramente en los hombros de su intérprete, Boris Karloff, sino además en la presencia física conseguida gracias al enfatizado punto de vista altamente artístico del que Brabin y su director de fotografía, Tony Gaudio, son responsables: la primera vez que Fu aparece en escena lo vemos grotescamente reflejado en un espejo, como mostrándonos ya la máscara a la que metafóricamente se refiere el título del filme, mientras que en la escena en que los secuaces de Fu castigan con látigos a Terry, el novio de Sheila, el rostro del malvado villano aparece flotando en el aire, envuelto en una espesa negrura, como demostrando su naturaleza casi espiritual y su asfixiante omnipresencia. El propio personaje es presentado, de hecho, como un intelectual que asume su propia superioridad moral como justificante de sus delirios de grandeza, de sus actos inhumanos y sus monstruosas ambiciones -perfil arquetípico de cualquier genocida que se precie, dentro o fuera del celuloide. En este sentido, «La máscara de Fu Manchú», tomándonosla un poco en serio, es en cierto modo una indagación en la figura del monstruo, aunque aquí no haya monstruo en el sentido estricto, y en el poder del dictador sobre el pueblo -casi un presagio de la nueva Guerra Mundial, aún por llegar.
Pero más allá de que “La máscara de Fu Manchú” sea una metáfora sobre el poder, el tirano y las fuerzas del mal, como ya lo son otras tantas películas del género, la película tiene un puñado más de cosas que ofrecernos. Entre ellas, y en la línea de lo ya expuesto, la más atractiva es la extraña perversidad con la que trata ciertos temas, algunos de los cuales le valieron la censura de varios minutos de su metraje. En primer lugar, subyace un extraño discurso de tintes racistas, que resulta un tanto divertido por ser utilizado como elemento dramático aunque pueda no ser intencionado. No haría falta decir, por ejemplo, que la disputa entre Fu Manchú y los británicos es más que la de conseguir unas simples joyas, porque entre ambas culturas existe una clara enemistad en la lucha por la supremacía de la una y otra raza, respectivamente. Cuando Fu les explica a sus víctimas la dolorosa muerte que les espera y aprovecha para mofarse de sus convicciones religiosas, Sheila exclama “You hideous yellow monster!”, a lo que Fu responde “I will wipe out your whole accursed white race!”, convencido de que su coronación como la reencarnación de un nuevo Genghis Khan significará la victoria definitiva de Oriente sobre el hombre blanco. Por otro lado, las mismas promesas que Fu hace a sus plebeyos se basan en ideas que son la base de la mentalidad racista (destruir a los hombres blancos y quedarse con sus mujeres), y que añaden aún más fuerza al discurso metafórico del tirano del que antes hablaba.
A este enfrentamiento que acaba de dotar a la película de un tono definitivamente sombrío cabe añadir también la soterrada violencia proveniente de una clara tensión sexual a lo largo de la película, que se muestra especialmente a través de Fah Lo See (Myrna Loy), la hija del doctor. La atracción que Fah siente hacia Terry, de una escondida pero clara pulsión erótica, es por lo menos perturbadora, y pese a que no se nos muestra nada de ello no podemos ni empezar a imaginar lo que la sádica Fah estará haciendo con Terry. Muestra de esta mezcla de pasiones cruzadas es la escena, antes mencionada, en la que una lujuriosa Fah arde en deseo (e incluso lanza un grito, extasiada) al ver a Terry siendo torturado por los látigos de los secuaces de su padre al ritmo de los gritos de “¡Más rápido, más rápido!” de ella. En todo caso, otros elementos de fascinación por lo homoerótico (que Terry sea desnudado y encadenado cuando es capturado, antes de ser puesto a merced de Fah) o lo exótico (la propia apariencia física de Myrna Loy, con su sugerente vestuario y maquillaje) componen de una forma más explícita que en, por ejemplo, «Los crímenes de la Calle Morgue», un imaginario que se mueve siempre alrededor de la fantasía y la aventura, pero también de lo oscuro y lo malsano1.
Para terminar, la factura de la película es también notable en el apartado técnico: fantásticos los interiores de las salas y pasadizos del palacio de Fu Manchú, y los contrastes entre la arquitectura tradicional china de éstos y la de las salas de tortura, algunas de ellas casi futuristas; muy bueno el montaje, sobre todo en las secuencias paralelas que sostienen el ritmo en el tramo final; sorprendentes efectos especiales, en especial los que se presentan a lo largo de la escena en la que (SPOILER) Fu Manchú, tras presentarse ante sus cientos de fieles, es derrotado por el rayo de una de sus máquinas (FIN SPOILER); y estupendos también maquillaje y vestuario, así como fotografía y puesta en escena.
En definitiva, otra obra maestra escondida del cine de terror americano de los años 30s.
[1] Si os interesa, recomiendo los comentarios de la película en el blog https://seul-le-cinema.blogspot.com/2009/11/mask-of-fu-manchu.html