Lo mejor y lo peor de 2009
De todo ha habido, como cada año. Sus más y sus menos, sus sorpresas y sus decepciones y el balance final es que, pese a las voces apocalípticas de siempre -esas que berrean a los cuatro vientos la muerte del cine, la desastrosa supremacía de la basura blanca yanki y el fin del arte en general- el 2009 nos ha dejado un buen puñado de joyas. Al final ha habido de todo y para todos los gustos.
Desde La Casa os traemos un nuevo repaso anual que, esperemos, pueda servir para aportar una cierta perspectiva de lo que ha ido pasando en las salas oscuras de este país durante los últimos doce meses. Os lo damos conciso, directo y separado en cómodos apartados. ¿Se puede pedir más? Pues claro que sí, las listas (obligadas, absurdas, injustas, pedantes, añadid el adjetivo que prefiráis).
Lo mejor estrenado este año en nuestro país, ordenadico del 1 al 35 según Xavi y Carlos. Vendrá con la segunda parte de este post que podréis leer mañana mismo. Y que nadie se enfade por que nos olvidemos tal película o tal otra. Obviamente no lo hemos visto todo, y nuestro criterio es eso, un criterio. No nos alargamos más. Allá vamos.
Hollywood Boulevard
A lo largo del 2009, para alegría de todos, algunos de los grandes nombres del cine americano actual han vuelto por donde solían y mejor sabían, y nos han regalado algunas de las mejores películas del año. Concretamente se llevan el gato al agua Jim Jarmusch, con Los límites del control, Gus Van Sant con Paranoid Park, Michael Mann con su extraordinaria Enemigos públicos y por descontado Quentin Tarantino, que se descuelga con su película más madura (término que esta vez no es sinónimo de «aburrida») hasta el momento: Malditos bastardos. Medio escalón de popularidad por debajo, y sin abandonar el terreno del «indie comercial», Spike Jonze ha depurado discurso y se ha salido por la tangente con Donde viven los monstruos, una preciosa aventura de autodescubrimiento.
Por su parte, Woody Allen nos ha hecho su visita anual con una más que decente Si la cosa funciona, su mejor película desde Match Point, y otra vaca sagrada, Clint Eastwood nos ha regalado El intercambio (estrenada a finales de 2008, pero que ha hecho carrera comercial en 2009) y especialmente Gran Torino, que aunque ha generado opiniones encontradas entre los participantes de La Casa no se le puede negar, cuanto menos, que es de lo más destacable del año que nos deja.
En can Sundance nos convencen dos pequeñas sorpresas, la (a su modo) fronteriza Frozen River (Río helado) y esa pequeña joya sideral llamada Moon, de un Duncan Jones que parece gozar de un envidiable sentido de la ciencia ficción. Pero no todo han sido aciertos, que tropezones siempre los hay. De menos a más estrepitoso, lo último de Terry Gilliam, El imaginario del Dr. Parnassus, no ha convencido a todo el mundo (aunque a nosotros sí) y Bryan Singer ha visto cumplidos sus peores temores obteniendo un resultado acorde con el errático rodaje de Valkyria. Lo de Richard Kelly finalmente no ha sido para tanto y The Box, aunque gana con el tiempo, no pasa de ser un juguetito más caprichoso que bien cimentado, mientras que Steven Soderbergh ha intentado con El soplón enmendar los palos que se llevó con su díptico sobre el «Che».
Pero si alguien ha visto cómo la crítica lo ponía de rodillas y de cara a la pared ha sido el pobre Francis Ford Coppola, cuyo mayor pecado ha sido ser quien es y entregar un Tetro que fue despreciado hasta límites absurdos. Y sospechosos, también hay que decir.
Y aunque no sean americanos, metamos en esta categoría a Michael Winterbottom y Guy Ritchie. El primero no acababa de hacer cuajar su Génova. El segundo estrena por partida doble en 2009. Pero ni RocknRolla ni la anterior Revolver consiguen alejar al director de su condición de hype que se va desinflando película a película.
Blockbusters veraniegos
Sin apartarnos de las latitudes hollywoodienses, los blockbusters del verano han tenido como protagonista una lucha de egos protagonizada por dos auténticos machos cabríos del pelotazo digital, generadores de pura testosterona compitiendo por quién meaba más lejos: Michael Bay y McG. Al final, como era de prever, ni la una ni la otra: Transformers 2 se llevó la taquilla, pero Terminator Salvation nos dio un poco menos, sólo un poco, de dolor de cabeza. Ninguna nos entretuvo, que es lo que supuestamente pretendían… Todo lo contrario que la tontorrona G.I. Joe, espectáculo tan vacío como vibrante, divertido y bien hecho al que no le pedimos más. Pero para masculinidades, sudorosidades y dientes apretados, los de Hugh Jackman y X-Men Origenes: Lobezno, simpática durante unos 10 minutos pero más simple que el salpicadero de un Panda. Eso sí, impagables los comentarios a la salida del cine de algunos espectadores: «no se parece nada al cómic»… ¡¿a qué cómic?!
Sin movernos de la palomita, Roland Emmerich sigue empeñado en destrozar la humanidad y la taquilla por partes iguales, y con 2012 ha generado una divergencia Casera que en el fondo no es tal. Y el bueno de Tony Scott ha entregado un Asalto al tren Pelham 123 que, aunque no del todo despreciable, demuestra que casi siempre «la original era mejor».
Cambiando de tercio, Harry Potter y su irritante edad del pavo nos han demostrado que a medida que avanzan los cursos en la escuela Hogwarts, la vida se va haciendo más y más y más aburrida en una Harry Potter y el misterio del príncipe que comete el peor de los pecados: creerse «adulta» siendo sólo «anodina». Pero nuestra elección personal en esto del blockbuster cae, previsiblemente, en la mejor space opera de los últimos años: ese Star Trek en el que Abrams vuelve a demostrar ser el puto amo. Y punto. Eso sí, añadimos, por aquello de la afinidad cienciaficticia, una District 9 que ofrece una visión del género renovada, fresca y parcialmente emocionante.
Caso aparte, y ya entrando en el terreno navideño, es el megaevento Avatar, espectáculo incontestable, alucinante pepinazo de acción… y cúmulo de tópicos argumentales de poco o nulo relieve.
And the Oscar Goes
Un año más, la previsibilidad y la injusticia hacen acto de presencia resultando multipremiada la peor de las nominadas (vale, o una de las peores), el insoportable capricho de Danny Boyle Slumdog Millionaire. Del resto de candidatas estrenadas este año destacan El curioso caso de Benjamin Button -algo irregular en cuanto a ritmo pero brillante en todo lo demás-, el retorno al cine comercial bien hecho de Gus Van Sant con Mi nombre es Harvey Milk, El desafío: Frost contra Nixon que generó opiniones encontradas (unos la calificaron de telefilm de lujo, a otros nos dolió admitir que Ron Howard hizo un buen trabajo) y una El luchador estupenda e injustamente olvidada en la categoría de mejor película, pero que rescató con sentido y sensibilidad a Mickey Rourke dándole el papel de su vida.
Cabe destacar también Revolutionary Road (de un Sam Mendes que también ha estrenado este año la más que satisfactoria Un lugar donde quedarse) y The Reader que, al margen de su calidad, han supuesto la confirmación del talento de Kate Winslet, una de las mejores actrices de su generación. Y envidiable también el nivel interpretativo que demostró el elenco de otra presente en la ceremonia: La duda. Lo mejor de los Oscars, por supuesto, un Hugh Jackman en estado de gracia, capaz de levantar de sus butacas al respetable repartiendo a partes iguales encanto y números musicales que ni el mejor de los Luhrmann, Marshall y compañía.
La (no tan) Nueva Comedia Americana
Sigue el saludable flujo de comedias americanas más-allá-de-American-Pies, terreno en el que Judd Apatow continúa ostentando el trono de pope y gran astro sobre el que orbitan una serie de nombres imprescindibles para entender el estado del cómico actual.
Si bien este año no ha habido un Tropic Thunder que llevarse a la boca -una de las mejores comedias de la década que termina-, sí hemos podido disfrutar de esa despilporrante Resacón en las Vegas, que además de contar con la bestia cómica Ed Helms y nuestro colega Bradley Cooper, ha descubierto el potencial de ese John Belushi geek del siglo XXI que responde al nombre de Zach Galifianakis.
Apatow, por su lado, ha acentuado su preocupante tendencia a escorar hacia el melodrama en comedias, que por lo demás son fabulosas, con una Hazme reír que pierde fuelle a medida que avanzan los minutos. Te quiero tío se convierte en uno de los mejores retratos de la amistad entre dos hombres de los últimos tiempos (muy reivindicable pese a su apariencia ligera) y Adventureland se perfila como la comedia adolescente (sobre, no para) del año.
El que se apunta al carro a última hora no es otro que Kevin Smith, quien toma buena nota de la tendencia generalizada y entrega una ¿Hacemos una porno? que le sale, sorprendentemente, bien. Bien a medias sale en cambio (500) días juntos, muy bonita y seguramente la comedia romántica del año, pero con más bien poca chicha. Finalmente, Sacha Baron Cohen demuestra, tras el flequillo de Brüno, que va a su bola y los tiene bien puestos (gracias en parte a unos pantaloncitos insultantemente cortos y apretados), sembrando confusión, iras, desconcierto y caos a diestro y siniestro, y arrancando de paso más de una, y de dos, carcajadas.
El libro era mejor
Breve apartado para evidenciar que no sólo un buen libro puede dar pie a una mala película, sino que además un mal libro puede ser origen de una película aún peor. Ha habido un poco de todo, pero especialmente la habitual querencia por el best seller. Ahí está Ángeles y demonios, o el segundo intento de Ron Howard por convertirse en el adaptador oficial de Dan Brown; Luna nueva, o la confirmación de que la fiebre vampírica adolescente nos está agotando y sacando de nuestras casillas; y las dos primeras partes de Millennium, la demostración de que se puede adaptar deprisa y corriendo (antes que el fenomeno Larsson se apague), rodando y planificando sin ninguna ambición cinematográfica y aun así ganar pasta. Por otra parte, también hemos tenido la esperada Watchmen, que no hace más que confirmar el talento de Alan Moore, quedándose la película a eones luz del genio de Northampton. Y la fallida A ciegas, que no capta la complejidad y los vericuetos morales del original de Saramago.
¡Autor, Autor!
Pero dejemos la poderosa máquina americana y trasladémonos a otros lares cinematográficos, porque el cine «de autor» (exigimos nueva etiqueta YA) también nos ha dado agradables sorpresas y algunos de los momentos álgidos del año. Abríamos el 2009 con lo nuevo del superdotado Laurent Cantet, que no se cansa de rodar obras maestras y estrena la muy TheWire-esca La clase. Esto es realismo y sequedad, y lo demás son tonterías. Seguimos con nuestros vecinos franceses, porque Arnaud Desplechin también ha estrenado; en su caso, la magistral y muy hiriente Un cuento de Navidad, que comparte protagonismo de Catherine Deneuve (sigue estupenda, sí) con el apreciable experimento (y coproducción con Líbano) Je veux voir, una especie de híbrido entre el documental, la ficción y el making of. Por su parte, Agnès Jaoui sigue con sus costumbrismos sentimentales en Háblame de la lluvia, comedia agridulce, bien escrita, bien dirigida y muy agradable, aunque lejos de sus logros mayores (Para todos los gustos o el guión de On connaît la chanson).
Y otro que no consigue acertar en la diana como hizo con anterioridad es Eric Zonca, que en su aventura americana ficha a Tilda Swinton y se la lleva convertida en Gena Rowlands a la frontera con Méjico, a rodar Julia, un thriller árido como la arena del desierto.
Nuestros cínicos amigos los ingleses se han montado un cirio socio-político de aúpa con los americanos y nos han dejado una especie de traslación a la gran pantalla de la serie The Thick of It. Bajo el nombre de In the Loop se esconde una de las películas más inteligentes de la temporada. Y por cierto, otra serie británica trasladada al cine ha sido State of Play, reconvertida a un La sombra del poder bastante recomendable. En otros parajes fílmicos encontramos al Turco Nuri Bilge Ceylan, que no ha vuelto a hacer Lejano, o mejor dicho, sólo ha conseguido volver a hacer Lejano una y otra vez, y su Tres monos se queda sólo en «interesante», especialmente en su apartado visual. Y hablando de parajes, impresionantes los de la Tierra del Fuego por la que nos conduce Lisandro Alonso en el viaje del hombre sin pasado que protagoniza Liverpool.
Sin dejar Argentina, Juan José Campanella ha logrado su mejor película con El secreto de sus ojos, que sin ser una obra maestra consigue con creces varios de los objetivos que se propone. En la otra punta del mundo se ha dado el fenómeno que ha sacudido a los habituales de los cines Renoir y similares. Y con motivo, porque la Still Walking de Hirokazu Kore-eda es de lo mejorcito que se ha visto. Aquí hay mucho Ozu, sí, pero también mucho Taniguchi, que aunque pertenece a un medio expresivo distinto, no podemos obviar sus cadencias reflexivas y sus dolores contenidos.
Pero luego están los dolores no contenidos. La pesadilla de la protagonista de Secret Sunshine (dirigida por Chang-dong Lee) es de agarrarse y no menearse, de helar la sangre. Y el tacto que muestra, para variar, Hou Hsiao-Hsien en El vuelo del globo rojo no es de este mundo. Una (otra) obra maestra que acerca dos sensibilidades artísticas (la oriental y la europea) y de paso homenajea al clásico de Albert Lamorisse. Otra que acerca sensibilidades orientales y europeas es la genial Yuki y Nina, dirigida a cuatro manos por el siempre interesante Nobuhiro Suwa y el (a partir de ahora) interesante Hippolyte Girardot.
Ah, y ya que hablamos de orientales (sí, perdonad por meter en el mismo saco a Surcoreanos, Japoneses y Chinos; es muy de miope occidental, lo sé), Takeshi Kitano va a lo suyo y sigue petardeando con Glory to the Filmmaker! (o Kantoku-Banzai!, que mola más), en la senda alucinatoria que abrió con Takeshis’. Para terminar el apartado autoral, y esta primera parte del repaso del año, volvemos a Europa, porque cómo olvidarse de una de nuestras preferidas: la polémica, salvaje, excesiva, brutal a todos los niveles Anticristo, que nos reconcilia y nos aleja a la vez del iluminado Lars Von Trier. No es que ahora nos caiga mejor, pero es uno de los tipos que más nos ha sacudido este año (junto con la cosa esa de The Human Centipede).