Reseña de Ciudad en llamas, de Don Winslow (Harper Collins)
Eso es lo que ocurre cuando se le da a Don Winslow una cerilla y un bidón de gasolina: que prende toda una ciudad. En este caso Providence, capital del estado de Rhode Island. Poco necesita el neoyorkino para armar una novela que plasma en cuatrocientas páginas el proceso de combustión de una urbe entera: queroseno, una chispa furtiva, fuego, más fuego y las posteriores brasas que siembran un suelo carbonizado que aún puede provocar quemaduras severas si se pisa con los pies descalzos. Dejémonos de metáforas baratas: Ciudad en llamas es un petardazo de novela negra que va a saco, se deja de sutilezas y no hace prisioneros. Una escalada de agresiones entre dos facciones que a menudo sólo saben comunicarse de ese modo: respondiendo a la muerte con más muerte.
Y ese es el impulso primario que mueve esta guerra, a ratos fría, casi siempre encendidísima, entre los irlandeses y los italianos, a los que se acabarán añadiendo los negros, en unos años 80 previos al cambio de paradigma social y tecnológico. Los Murphy y los Moretti, enfrentados por el territorio. Por el control de los muelles y los sindicatos. Por el control en sí mismo. Por, simplemente, ostentar el trono e imponer una autoridad primitiva, masculina, tóxica. Necesaria para mantener un statu quo terrible, un equilibrio social (basado en el desequilibrio), de algún modo sólido y perdurable en el que, como decía D’Angelo en The Wire, The king stay the king.
Y la gran tragedia que presenta Ciudad en llamas es que el más probable king en todo esto es también el más insospechado. Danny, un tipo humilde al que se le escapa el derecho a reinar por genética (es un Ryan, familia política, no natural, de los Murphy) pero que parece tener las cosas tan claras, y el porvenir tan inclinado hacia la fatalidad, que es el más que probable futuro centro gravitatorio de todo el crimen de Providence. En el personaje de Danny y en su entorno directo (su mujer Terri, sus cuñados Liam y Pat, su padre, antiguo jefe caído en desgracia) se concentra el magma emocional de la novela. En él se arremolina el futuro probablemente trágico del hombre que es víctima de sus circunstancias sociales y familiares. El hombre que va a ser el centro de todas las lealtades, traiciones, corruptelas y tensiones insostenibles que caracterizan la imparable electricidad estilística de Winslow.
El autor controla el tempo de manera incontestable, casi siempre inexplicable: ¿cómo es posible vernos tan arrastrados por una sencilla espiral de agresiones, a cuál más monstruosa? La respuesta es clara, pero no simple: dejando que el torrente de violencia rija las acciones de sus personajes sin que en ningún momento se descontrolen. Y articulando toda esa visceralidad con su ya conocida sabiduría y conocimiento de los bajos fondos: hay mucho toma y daca in crescendo en Ciudad en llamas, sí, pero también mucha política de bandas, mucha estrategia, mucha planificación concienzuda de la partida de ajedrez, del posicionamiento de las piezas. Y mucha inteligencia para no perder nunca de vista su gran punto: que detrás de tanta esencia noir se esconden personajes humanos.
Winslow, en fin, muerde y araña en este inicio de trilogía -una nueva ahora que ya finiquitó la “del cártel”- revalidando su condición de imprescindible cronista del underground criminal norteamericano y de escritor que sabe entretener todo el tiempo sin diluir ni un ápice el ácido que supura su pluma.
Ciudad en llamas: Una tragedia griega en Rhode Island
Por qué leer Ciudad en llamas
Don Winslow plantea un nuevo tapiz humano y lo salpica inmediatamente de sangre irlandesa e italiana, estragos de una guerra de clanes en la Nueva Inglaterra de los años 80 que se presenta como una nueva de sus tragedias griegas de barrio.