Reseña de Los árboles, de Percival Everett (De Conatus)
Que los árboles no nos impidan ver el bosque: aunque esta eléctrica novela se muestre bajo las formas de un policíaco escabroso y el empuje fatalista de un thriller viciado, en realidad es puro Everett. Y es que por debajo de semejante andamiaje corretea malaprida una comedia bufa y serpentea una venenosa trama de conflicto racial, los dos ingredientes que sedujeron nuestro paladares cuando descubrimos al norteamericano en nuestro país hace ya más de una década, en ocasión de X y No soy Sidney Poitier.
Y en todos los aspectos la cosa viene cargadita. Como policíaco delinea una enfebrecida trama de asesinatos en serie en Mississippi donde una misma escena del crimen se replica hasta la agonía: un hombre blanco, heredero de linchadores y racistas, aparece asesinado y castrado. A su lado el cadáver de un negro, siempre el mismo (¡!), sujeta entre sus dedos muertos los genitales del primero. En torno a tan dantesca -y casi sobrenatural- situación se arremolinan varios cuerpos de seguridad de varios estratos jerárquicos, con diferentes niveles de eficiencia y distintos grados de deficiencia. Polis y cadáveres se van amontonando en una trama que juega a redundar, a repetirse todo el rato hasta lo surrealista y hasta acabar convertida en una especie de comedia chunga de enredo donde nadie deja de pisar al otro si le es posible y le reporta algún beneficio. Una parodia policial que suena a puyas cruzadas y a diálogos ágiles que nadan entre lo cómicamente feroz y lo directamente absurdo.
Como sátira racial, por otro lado, Los árboles pintarrajea escocidísima el retrato de la América blanca más rancia, un país de herencia racista y que hoy sigue dando cancha a su odio en los ambientes más redneck y las comunidades tradicionalistas que aún muestran conatos de un supremacismo arrastrado desde los tiempos del KKK y cuyo fuego arde aún alimentado por la gasolina ideológica xenófoba del presidente naranja. No en vano Everett sitúa la historia durante la administración Trump y la euforia de gorras rojas del MAGA, una declaración de intenciones tan poco sutil como enrabiada.
A ratos, de hecho, Los árboles parece un acto de justicia necesaria. Una patada en los dientes que se apropia para su propia narrativa de la gran Historia del sufrimiento del pueblo afroamericano: los linchamientos (en el centro el de Emmett Till), vejaciones y torturas, frutos de un odio motivado por una mezcla de maldad pura, estupidez supina y miedo al hombre negro, que aquí se convierte en una especie de presencia, de espíritu burlón tocapelotas. Una figura fantasmagórica, reflejo de una cierta mística racial y suerte de ángel de venganza irónica.
Los árboles: Arde Mississippi
Summary
Percival Everett se muestra puntiagudo y abrasivo en su retorno a nuestras estanterías en una novela que funciona a partes iguales como policíaco negroide y sátira racial descarnada.