Reseña de Dog Biscuits, de Alex Graham (Fulgencio Pimentel / La Casa Encendida)
Dog Biscuits es una obra total en varios sentidos que se proyecta a sí misma en varias direcciones, hacia lugares muy opuestos entre sí. Porque es al mismo tiempo meme y tebeo (muy) serio. Porque ahora podemos leerlo en papel y en toda su voluminosa gloria, pero en realidad originalmente fue gestado y parido en Instagram, posteo a posteo, página a página. Porque es un cómic de los setenta, de los que abrían camino en el underground USA por aquellos entonces, pero en realidad es doscientos por cien hijo de su tiempo, que es ahora, este, el pandémico. Porque es feo, feo, pero exquisito en su arte. Porque es deprimente y es liberador, es un drama concienzudo sobre la edad adulta y un chiste de pollas y tetas. Porque es joven y mira con chulería a los boomers y es viejo y mira con descaro de perro viejo a la generación Z. Ya he dicho que es un poco contradictorio… pero ¿no son contradictorios estos tiempos que nos corren últimamente?
Pongámonos en situación. Seattle año 2020. Bueno, un Seatle. Uno habitado por perros, conejas, iguanas y ovejas antropomórficos mezclados sin mucha lógica con ocasionales humanos. Un poco a lo Bojack Horseman. Un Seattle con conciencia de clase y activistas sociales lidiando con polis que se pasean por ahí porra en mano y puestos de meta. Uno habitado por ciudadanos y ciudadanas que se pasean con la mascarilla pegada a la cara, medio chalados por un COVID 19 que está viviendo su primer verano. Preocupados por mantener sus vidas lo más normal posible, por seguir alimentando su contacto social, por conservar un curro que a saber dónde queda mañana, enfrascados en una nueva batalla cultural contra las amargadas Karens de la vida, empeñadas en viralizar sus pijocruzadas contra la opresión del bozal y demás.
Bien, pues ese Seattle. Un entorno occidental urbanita cualquiera. Ahí se cruzan las vidas de tres personajes más uno: Rosie es una joven coneja no muy lejos de cruzar la barrera de los treinta. Gussy un tipo con cara de perro que ya ha traspasado la de los cuarenta. Y Hissy un lagarto que dice ser bi y vive con Rosie y con el cuarto, un Leroy que no pinta demasiado en lo que, en el fondo, termina siendo un triángulo amoroso entre los tres primeros. El asunto es que Rosie trabaja para Gussy en su tienda de galletitas para perro y teniendo en cuenta eso su affair no tiene mucho las de ganar.
Pero lo hace. Durante casi todo el tiempo lo hace. La relación que se tiende entre ambos es realmente transparente, casi libre de cinismos. Conserva una fogosidad sexual que se mezcla con un amor muy puro, un soplo de aire fresco para un hombre que se creía ya fuera del mercado del amor y una chica que necesitaba a alguien con quien compartir una historia profunda de verdad. Luego, ya se sabe, llegan otras cosas. Los celos, los malentendidos y las aventuras con terceros. Y de esto va Dog Biscuits. De que descubrirse a uno, o una misma, siempre es un camino lleno de curvas. Dicho de otro modo, Alex Graham plantea un slice of life uno cero uno, un costumbrista contemporáneo de manual.
Pero brillante. Super lúcido en su reflejo de los cambios en las relaciones durante tiempos pandémicos, perfectamente conectado a las sensibilidades comunicativas actuales, un texto muy vivo, agudísimo como descripción de un sentir global (por lo menos en entornos urbanos occidentales de clase más o menos media) y de unos personajes imperfectos, perdidos, capaces de amar pero incapaces de conservar. Graham cultiva una vocación de reflejar una realidad sin sentar cátedra, de captar y transmitir un abanico de sentimientos, inquietudes y frustraciones sin convertirlos en referente más que para sus propios personajes. Simplemente parece interesada en plasmar la vida tal y como ella la siente y, del mismo modo, pone imágenes a su historia mediante la heterodoxia formal de un dibujo feo, desgarbado, tosco, punk. Pero tierno de algún modo. Sensible y empático de una muy despeinada manera.
No tengo ni idea de hacia dónde puede llevar todo esto. No sé hasta dónde puede seguir radiografiando la generación Alex Graham en posteriores entregas. No sé si va a proseguir con esto, por tirar para adelante con su carrera tomando distintas vías creativas o si va a optar por no dar continuidad a esta su faceta artística. Pero aunque así fuera, aunque la autora decidiera cerrar este capítulo comiquero de su vida, habría dejado para la posteridad un artefacto generacional de culto casi totémico.
Dog Biscuits: un cómic generacional
Por qué leer Dog Biscuits
Mitad la gran novela gráfica para esa generación entre la Y y la Z, mitad do it yourself creativo de estética underground. La presentación larga de Alex Graham es una apasionante cartografía de la primera edad adulta urbana contemporánea/pandémica empapada de honestidad, humor, lástima y empatía.