Reseña de Jolgorio, de Brecht Evens (Astiberri)
La noche de farra es ese momento y ese lugar donde se encuentran lo frívolo con lo trascendente, lo patético con lo digno. Donde se dan la mano el amor y la infidelidad, lo hipersocial y el egotrip. Por lo menos un poco así es en Jolgorio, la última obra del belga, siempre brillante, Brecht Evens. Una especie de retrato humano, documento libre sobre el transcurso de una noche en la ciudad, que amontona todo eso y lo transmuta en espectacular caudal expresivo. Parte de tres historias troncales protagonizadas por tres personajes en crisis y desde ahí nos pide que nos dejemos llevar por la corriente, por los encuentros cruzados, por las subtramas de otros tantos seres que van haciendo aparición, contribuyendo a aumentar esa especie de tapiz humano que a ratos se hace liberador y a otros ensordecedor.
Sin embargo, lejos de romantizar la noche juerguera Evens adopta un enfoque costumbrista, casi desmitificador. Hay aquí más confesión tras un vaso de cubata que épica fiestera. No tanta aventura scorsesiana al límite de la noche como largos diálogos sobre matrimonios fallidos, infelicidad, terapeutas y cuñadeces de la jet set, muestras de virilidad trasnochada, masculinidad frágil y superficialidad clasista. Alcohol, drogas, sexo y parloteo marcando el tictac de la existencia de infelices, neuróticos, iluminados, fanfarrones, personajes cansados de la vida que esconden su hastío tras el vodka y las pastillas, apagan sus incendios mentales con martini y entierran las ascuas de sus traumas en trankimazin. Esos seres que peregrinan de un local al siguiente local, que saltan de fiesta a guateque, de sala de baile a baño, de bar a taxi. Por ahí se mueven esos Victoria, Jona y Rufo en pleno viaje de autoaceptación y también todos esos moscones etílicos que los sobrevuelan: un exconvicto sociópata en una búsqueda de mujeres que resulta en patochada machista, un taxista verborreico excesivamente creativo con sus anécdotas, una hipnoterapeuta pole-dancer.
Esta especie de salteado argumental da pie a un relato en cascada que no se detiene, que encadena sin pausas las distintas historias de vida y que, aquí viene lo realmente irresistible, proporciona excusa narrativa a un arte embriagador. Espectacular despliegue gráfico que muta libremente, que hace uso de distintas técnicas y donde se amontonan recursos gráficos, bailes cromáticos y tempos visuales. Páginas libérrimas que reniegan del concepto tradicional de viñeta y donde el color estalla, delimita las formas, se pasea sugiriendo narrativas cromáticas y poesías de tonos. Composiciones que rompen las perspectivas, transgreden las proporciones y mezclan distintos planos para lograr reacciones sensoriales de conjunto, más que descripciones aisladas. Momentos en que los diálogos más secuenciales dan pie a atiborradas páginas dobles con un jugueteo casi pictórico (podríamos llegar a pensar, en alguna ocasión, en Grosz) y otros en los que los personajes o las conversaciones se desplazan libremente por la página conduciendo la mirada del lector, a lo Gianni de Luca.
Jolgorio es una obra mayor que vuela a la altura de las anteriores Un lugar equivocado y Pantera. Un logro que, sin embargo, se disfraza no pocas veces de comedia sofisticada sobre gente superficial o de cuasiparodia bufa de drama existencial. Sin embargo, resulta trascendente en su retrato de lo frívolo, importante en su despreocupada ligereza, acertado en su despiadada visión de la soledad y visualmente tan fascinante como el retrato del comportamiento de las clases altas más fiesteras que hubiera podido trazar un aturullado entomólogo alienígena enviado en misión documental a la Tierra.
Brecht Evens y el proceso creativo de Jolgorio (subtitulado)
Jolgorio: un espectacular caudal expresivo
Por qué leer Jolgorio
Brecht Evens no deja que pierda fuelle su propia racha creativa y encadena otro acierto con Jolgorio, caudaloso y visualmente espectacular retrato de las clases más fiesteras de la noche urbana. Un despliegue expresivo verdaderamente impresionante.