La torre de los siete jorobados (Edgar Neville, 1944)
«La torre de los siete jorobados» es probablemente uno de los capítulos más singulares de la historia del cine fantástico español, un logro mayor y uno de esos casos que por si solos casi justifican la existencia de secciones como esta.
Se trata de una película dirigida por Edgar Neville en 1944, basándose en la novela por entregas de Emilio Carrere, y protagonizada por Antonio Casal, Isabel de Pomés y Félix de Pomés, cuya historia nos transporta al Madrid de finales del siglo XIX, poblado de cupletistas y señoritos que conviven con un ruralismo impregnado de mitos y supersticiones. En este contexto, el joven Basilio (Casal) recibe ayuda de un enigmático tuerto, a quien sólo parece poder ver él, para ganar en la ruleta y este a cambio le cita para la noche siguiente, reclamando su ayuda en un proyecto secreto.
El tuerto resulta ser el profesor Robinsón de Mantua (Féix de Pomés), arqueólogo fallecido un año atrás en extrañas circunstancias que necesita a Basilio para que le ayude a aclarar las causas de su muerte.
La investigación del joven le lleva a conocer y enamorarse de Inés, la sobrina de Don Robinsón (Isabel de Pomés), quien le acompañará en su investigación, y a encontrar un mensaje cifrado en un «sencillo código escrito en lenguaje asirio», cuyo contenido les llevará directamente a descubrir una extraña ciudadela de origen hebreo, la Torre de los Siete Jorobados, bajo los cimientos de Madrid. Pronto, Inés será secuestrada y Basilio emprenderá la búsqueda de la ciudad subterránea, en el interior de la cual un grupo de intelectuales, aislados voluntariamente, llevan a cabo sus estudios mientras sirven como coartada para un grupo de siniestros jorobados que han establecido en las antiguas ruinas judías un sistema de falsificación de dinero. Inés por su parte, cautiva en el interior de la torre, es hipnotizada e inducida al asesinato, finalmente infructuoso, de Basilio.
Expuestos tras la fuga de Basilio e Inés de la Torre, el grupo de jorobados se ven obligados a destruir las ruinas y escapar, con lo que la existencia de estas queda finalmente reducida al recuerdo o quizá al espejismo.
En estos términos se mueve la que como comentaba resulta una película absolutamente anómala e única: rodada en los años 40, una época bastante escasa en productos destacables (frente a la mucho más fértil década de los 50) ignorada en su momento (duró una semana en cartel) y elevada posteriormente a clásico maldito, la película se sustenta en perfecto equilibrio sobre tres pies estilísticos: el fantástico, el suspense policíaco y la comedia, y es en la milagrosa combinación de estos en los que radica su extrañeza.
Así, nos encontramos ante un film de corte fantástico que empieza como una comedia castiza intrascendente muy del gusto de la época. No olvidemos que estamos en años de plena represión, un momento en el que la miseria de la postguerra empezaba a apretar y el producto de evasión se iba haciendo cada vez más habitual. Y de aquí parte la película, que nos pone en situación desde el principio: sainete, tonadilleras, chotis… un joven más bien tontorrón enamorado de la artista de turno y un entorno pueblerino en el que se dan la mano falsos aristócratas y viejas gritonas.
Pronto se nos mostrará un elemento de extrañeza que marcará el tono de la película: la aparición de los tradicionales símbolos supersticiosos (el gato negro, la suerte en el juego)… y se concretará en la aparición del espectro a través del espejo, lo cual que forma parte ya directamente del terreno sobrenatural.
Si algo caracteriza el cine de género español es que suele huir de los elementos más castizos que caracterizan la cultura tradicional, probablemente para facilitar la adscripción de la película al género en cuestión, de modo que estamos acostumbrados a encontrarnos con películas que en mayor o menor medida intentan no «parecer» españolas. «La torre de los siete jorobados», sin embargo, es uno de los pocos ejemplos de que esto no es siempre así.
Aquí, pues, la comedia castiza convive con esos elementos que remiten al fantástico europeo, sobre todo al francés (un ejemplo claro podría ser «La caída de la casa Usher», de Jean Epstein) y muy especialmente al alemán, cuyo expresionismo ejerce poderosa influencia sobre toda la parte del interior de la torre, desde el diseño de la espectacular escalera en espiral hasta el tratamiento de la luz y las proyecciones de las sombras sobre las paredes. Y no nos extrañaría nada por otro lado ver el personaje de Don Robinsón poblando una película de Robert Wiene.
Y todo ello está articulado, además en una trama de suspense vertebrada por la investigación, de tono casi policíaco (en este caso en cambio con un ojo puesto más en Hollywood que en Europa), en la que van apareciendo recursos clásicos de este tipo de producciones, caso de las pistas codificadas o la propia red de moneda falsa, y en la que intervendrán la hipnosis, los intentos de asesinato o la participación de la misma policía. Y no puede faltar la consabida escena de «nada es lo que parece» en la que el protagonista intenta descubrir el pastel a los agentes de la policía, pero finalmente donde él decía o creía ver algo, realmente no hay nada.
Y podríamos extendernos y hablar sobre el contexto histórico, sobre la posible analogía entre los estudiosos recluidos voluntariamente en el interior de la torre y la exclusión de las clases intelectuales y su aislamiento de la sociedad, pero me llevaría demasiado espacio, y la verdad, todo lo comentado ya me parece suficiente para elevar la película a lo más alto del género.
Por otro lado la fuerza que transmite hace que le perdonemos la escasa entidad de su historia de amor, lo justito de algunos chistes (lo de la aparición de Napoleón resulta entrañable por descabellada) o las pobres interpretaciones de sus protagonistas.
«La torre de los siete jorobados» es, en fin, una pequeña obra maestra semiolvidada, muy acorde con el estilo del cine clásico español capaz de mirar a la cara a «Calle Mayor» (J. A. Bardem) o a «Bienvenido Míster Marshall» (L. G. Berlanga), por poner dos ejemplos (más o menos) contemporáneos más reconocidos, y a la altura de otros clásicos de Neville como «El último caballo», «La vida en un hilo» o «Nada».
Y al mismo tiempo representa una película radicalmente excepcional en nuestra filmografía.
Palabras mayores.
Menuda sorpresa,encontrarme con esta película,la tengo en mi colección,pero,voy a usar mi recién recuperada humildad,no voy a dármelas de gran cinéfila ni entendida,la descubrí de casualidad hace unos años
y la echaban a altas horas de la madrugada,si decidí grabarla es porque la crítica hablaba muy bien de ella,solía hacerlo a menudo,una película que no conocía pero que tenía buenas críticas,la grababa y si me gustaba,la guardaba,ese fue uno de los casos.
Por respeto y temor a meter la pata,no entraré a hablar del film,ya que podría resaltar cosas poco importantes y obviar otras de relevancia,sólo,lo que he dicho,me gustó mucho,el halo de misterio e intriga,como la ambientación,sabía que era algo excepcional en la historia del cine español dirigida por el también dramaturgo E:Neville,también me gustaría destacar en la filmografía española EL VERDUGO de Berlanga,EL EXTRAÑO VIAJE,de Fernando Fernán Gómez,VIRIDIANA,de Buñuel,no se si es arriesgado considerarlas como pequeñas joyas del país.
Más que semiolvidada LA TORRE DE LOS SIETE JOROBADOS,está casi en el olvido,una muestra de que no haya comentarios y dudo que haya alguno más,es porque nadie la conoce,seguro que si la nombras,mucha gente dirá que ni les suena,así que casi olvidada.
Por cierto,excelente tu crítica,muy buen trabajo y profesional.