The Twilight Zone
There is a fifth dimension, beyond that which is known to man. It is a dimension as vast as space and as timeless as infinity. It is the middle ground between light and shadow, between science and superstition, and it lies between the pit of man’s fears and the summit of his knowledge. This is the dimension of imagination. It is an area which we call… the Twilight Zone.
Bueno, por una vez intentaré ser objetivo, mantener la compostura y no perder la calma. Porque llegamos a una encrucijada, un punto clave en nuestra andadura seriófila freakera. Llegamos a la piedra de toque que da sentido a todo esto, así que, sangre fría sobre todo, afirmo: «The Twilight Zone» es una puta obra maestra.
D’oh!
Sí, ya sé, ya sé. Nuestros tecleantes dedos despachan demasiado a menudo, con excesiva facilidad y no poco simplismo las palabras «obra maestra». «Obra maestra por aquí, «obra maestra por allá». Pero es que es tocar este tema y los sentimientos me entran en fase flor de piel.
Y cómo podría ser de otra manera. «The Twilight Zone» (o «En los límites de la realidad») es probablemente el mayor monumento televisivo jamás erigido a la ciencia ficción y al género fantástico. Una inconmensurable compilación de relatos breves en un gran corpus de más de 150 episodios emitidos durante cinco años. Más una nueva versión en los 80 en la que, aun interesante, no voy a entrar.
Cinco enormes temporadas, pues, detrás de las cuales se escondía aquella sinuosa voz primero, y más tarde (a partir de la segunda temporda) la icónica presencia física del jefe de todo aquello. El hombre que lo puso todo en marcha y lo aguantó entre los años 1959 y 1964 con el sudor de su frente y la caridad de los ejecutivos de la CBS.
Rod Serling, hombre orquesta de la primera televisión, abuelo moral y creativo de lo que hoy sería nuestro J.J. Abrams -por ejemplo-, fue un tipo de vida apasionante y obra aún mejor. Boxeador, paracaidista militar y guionista finalmente, influenciado por Norman Corwin cultivó su talento primero en la radio y posteriormente en teleplays de prestigio («Patterns», «Requiem for a Heavyweight»), pero decidió en cierto punto de su vida pegar un golpe de timón y dar continuación a sus filias y sus fobias en una serie de ficción. El ámbito audiovisual, el de la televisión generalista norteamericana, era cada vez más mojigato: el McCarthysmo estaba empezando a salpicar los medios, y además los patrocinadores querían estar asociados sólo a programas «blancos». Así que sus audaces inquietudes creativas y su espíritu crítico tuvieron que situarse siempre en el terreno del subtexto, consiguiendo evitar más o menos a los censores; y su ingenio de tendencia más bien izquierdosa y tocapelotesca tuvo que ponerse a funcionar a pleno rendimiento para colar, día sí y día también pequeños goles por la escuadra, tantos discretos pero significativos que plasmaban el horror, la fascinación o la perplejidad de la vida en el día a día de un país que podía estar yéndose al carajo mientras aparentaba todo lo contrario.
Así que el bueno de Serling puso manos a la obra y, dispuesto a no emprender solo su particular camino hacia la Historia, se rodeó de un efectivo equipo de profesionales del medio. Se reservó el puesto de productor ejecutivo junto a Buck Houghton, pero también asumió el papel de guionista de la gran mayoría de episodios, formando un sólido trío junto con Richard Matheson y Charles Beaumont, ambos muy duchos en esto de los relatos fantacientíficos. Los tres dieron unas bases sólidas y el cuerpo a la serie, quedando como su núcleo duro y frente ideológico.
Pero no sólo. Viéndola ahora es fácil sorprenderse por la cantidad de nombres célebres que aparecen en los créditos de la serie. Desde algún que otro guionista invitado (Ray Bradbury en «I Sing the Body Electric», ahí es nada), reputados realizadores (Mitchell Leisen, Christian Nyby y también Don Siegel o Richard Donner), e incluso algunos músicos de relumbrón (Jerry Goldsmith o Bernard Herrmann).
Más un sinfín de jóvenes promesas de la interpretación y actores consagrados que prestaron sus rostros para la ocasión. Por ahí se pudo ver en algún momento u otro a Robert Duvall, a William Shatner, a Charles Bronson, a James Coburn, a Robert Redford o a Dennis Hopper. Pero también a Ida Lupino, a Agnes Moorehead, a Dana Andrews, a Art Carney e incluso a Buster Keaton en un homenaje brindado a la altura de la tercera temporada («Once Upon a Time»).
El caso es que el 2 de octubre de 1959, un un pobre diablo descubría atónito estar sólo en el mundo, cual un «último hombre vivo». Esa indefensión del individuo plasmada en forma de parábola cienciaficticia sería el pistoletazo de salida de una serie que no haría ascos a nada, catando todos los géneros posibles, siempre dándoles un toque misterioso, grotesco, fantástico o morboso.
La efectividad y lo que finalmente la convertía en un producto tremendamente adictivo venían dadas por la corta duración de las cápsulas, más breves que su directa competidora, la algo posterior y también cojonuda «The Outer Limits» (ABC contraatacando con todo lo que tenía). «The Twilight Zone» eran 25 minutos (excepto en la cuarta temporada, con episodios el doble de largos), que podían contener pequeñas parábolas, estupendas historias breves pero intensas con un pequeño mensaje moral. Una lección relacionada con la avaricia, el egoísmo o la naturaleza mezquina del ser humano y que podía resumirse de una manera clara y simple: «dejad de ser tan gilipollas».
Y que la mayoría de veces dejaban al espectador, como dicen los ingleses, jaw-dropped, mediante un rocambolesco twist argumental como sorpresa macabra, desesperanzadora o paradójica, en ocasiones como misma razón de ser del episodio.
Y también aumentaban su componente adictivo una no continuidad entre los episodios, lo que permitía, como comentaba, jugar con distintos géneros. Así, Serling y sus chicos se atrevían con todo: el melodrama («The Sixteen Milimeter Shrine»), la comedia («Mr. Bevis»), el western («The Grave»), el negro («From Agnes, with Love»), el bélico («A Quality of Mercy») y, claro, la ciencia ficción pura y dura. Formando un colorido (metafóricamente: la serie era en riguroso blanco y negro) caleidoscopio genérico, un picoteo estilístico sin tapujos y con aquellos antiguos cómics de la EC -«Tales form the Crypt» o «The Vault of Horror», por ejemplo- como más próximo referente. Un catálogo de recursos de ciencia ficción que no olvidaba, y gustaba de recurrir a invasiones alienígenas («Will the Real Martian Please Stand Up»), astronautas que llegan a mundos inexplorados («The Little People») o no («The Parallel»), viajeros temporales («No Time Like the Past»), robots con sentimientos («Steel»), máquinas cabronas que cobran vida («A Thing About Machines») o escenarios postapocalípticos («Time Enough at Last»)… O elementos puramente fantásticos como deseos que se cumplen (peligrosamente, claro, como en «The Man in the Bottle»), dobles idénticos («Mirror Image»), ángeles («Cavender is Coming»), demonios («The Howling Man»), fantasmas («Long Distance Call») y demás.
El impacto popular del producto fue espectacular, creciendo exponencialmente (ya sabéis, contra más para acá en el tiempo, más hemos disfrutado idolatrando productos). Siendo probablemente uno de los programas más citados, referenciados y hasta parodiados de la historia de la televisión. Ya comentábamos recientemente su impacto en una serie como «Lost», pero puestos a tirar del hilo podemos llegar incluso hasta «Star Trek», la original, la de Shatner, que tenía algunas tramas que parecían directamente sacadas de la Serling. Y en ese camino que va del Enterprise a la isla, «Dr. Who», «Tales form the Darkside», las «Amazing Stories» de Spielberg, «Expediente X», «Twin Peaks»… You name it.
Cuatro notas absolutamente míticas. Unos speechs no menos emblemáticos. La madre de todos los desmadres fantásticos televisivos. Obra maestra absoluta, hito insuperable del medio audiovisual, y una de mis «5 para una isla desierta».
Personalmente, me haré enterrar con ella.
– Mejor episodio: Hay tantos tan buenos que uno a penas los puede contar: «The Monsters are Due on Maple Street», «A Stop at Willoughby», «Will the Real Martian Please Stand Up». Sin embargo, por impacto me quedaría con «The Eye of the Beholder», sexto episodio de la segunda temporada en el que una chica está a punto de ver su cara después de una intervención reconstructiva. Un cuento siniestro, de atmósfera tan preciosa y cuidada como opresiva, con un giro final de los de dejar con el culo pegado al sofá. Una parábola sobre el pensamiento único, la manipulación de las masas y el control social, el aborregamiento y las estructuras políticas dictatoriales. Y un canto a la diferencia y a la independencia en una sociedad rendida a la superficialidad de la apariencia. Sería precioso si no fuera tan jodidamente aterrador.
– Mejor momento: El giro final de «Time Enough at Last», emblemático, hasta parodiado en «The Scary Door» («Futurama»). En este, Mr. Bemis, un pobre mindundi se ha quedado solo en el mundo tras un terrible cataclismo nuclear. Sin embargo él ya es un hombre feliz: tiene todo el tiempo del mundo para dedicarlo sin que nadie le moleste a sus lecturas favoritas. Bien, pues tras un arduo trabajo de clasificación de libros, se sienta en unos pedruscos dispuesto a leerlos y, en un gesto tonto se le caen las gafas y se le rompen contra el suelo. Terrible, cruel y desopilante. Todo a la vez.
Uau, recuerdo esta serie. Creo que la dieron por TV3 allá en sus inicios… abslutamente inquietante me mantenía pegada al televisor hasta el ultimo minuto.
Y que lo digas. "Inquietante" es el adejetivo que mejor resume "The Twilight Zone".
El caso es que como Gran Clásico efectivamente ha pasado por cantidad de canales de la tele de este país. Lógicamente donde primero se vio fue en TVE. Y de las autonómicas ha pasado por TV3 y el 33. Y ahora la tengo localizada en BTV.
Típica serie que se pilla por casualidad y se queda uno totalmente enganchado, aunque el episodio se haya visto ya.
Brutal, vamos
Besetes!
A mi me encanta esta serie,su mítica melodia y sus historias autoconclusivas con twist final.
Ponerte delante de la tele y no saber que va a pasar, creo que es lo mejor que te puede pasar (valga la redundancia).
Esos titulos de credito que desde ya estimulan tu imaginación hacia lo desconocido,lo oculto…
Creo que voy a mirar de hacerme con ella jeje.
Lo que si tengo es un libro con una recopilación de relatos de la serie.
Saludos
Qué grande, el libro de relatos…! tiene que molar, sí señor
En cuanto a hacerse con la serie… está complicadillo, ya que aquí no está editada. Yo me la tuve que pillar en la edición inglesa, por Amazon. Están las cinco temporadas, pero sin un mísero subtítulo (en NINGUNA lengua). Así que tendrás que afilar tu inglés.
¡Salud!
Puuuff ¿en serio??.Yo creia que si estaban editadas en España.A no ser que estén descatalogadas y pasen de reeditarlas."My english is not very good looking…"jajaja.Así que creo quede momento no las pillaré de importación.
Saludos
Sí, el mercado español del DVD es un desastre de proporciones épicas un desierto moral en el que no pod… un momento… ¿de qué nos extrañamos?
Si yo te contara la cantidad de cosas que he tenido que comprar por Amazon te escandalizarías
+Salud!
Excelente declaración de amor a una serie que, incluso aunque no fuera una obligación conocer para todo aquel que aspire a proclamarse aficionado a la ciencia ficción, es un placer visionar sólo por sus cualidades artísticas.
Siempre tuve deseos de escribir algo sobre ella aunque sólo fuera por contribuir modestamente a fomentar su conocimiento en nuestro país pero nunca me sentí lo bastante preparado para hacerlo. Afortunadamente hay alguien que sí se ha ocupado de esa labor.
https://www.abandomoviez.net/dbl/libro.php?film=3284
Les recomiendo este libro donde encontraran todo lo que hay que saber sobre la serie así como un detallado estudio de todos y cada uno de sus episodios.